Pido la palabra

Un origen no muy santo

La planta eléctrica de don Ricardo Neily no nos dejó pegar los ojos en toda la noche, pues fue instalada en el centro de la incipiente villa. Y nada se podía hacer pues el dueño fue el fundador del pueblo.

Don Ricardo intuyó que la cercanía de aquella propiedad con las fincas bananeras, unidas con Golfito por un ferrocarril, tenía, como dicen ahora, un gran futuro. Sin embargo, el presente ya era halagüeño debido especialmente a un hecho a ojos vistas: las muchachas amigas de darle calor a la población flotante de los trabajadores de la Compañía Bananera. No exageramos si les decimos que de puerta de por medio había un lupanar. Además, desde Villa Neily se abastecía a miles de trabajadores.

La lucha para erradicar la prostitución es digna de una novela al estilo del autor de Cien Años de Soledad. La encabezaron Faustino Jiménez y un grupo de vecinos, pues la fama de la población, aledaña al río Corredores, se extendió por todo el país.

Y don Ricardo Neily, todo un señor, fue, además de fundador de la hoy Ciudad Neily, un auténtico benefactor. Muchas, instituciones especialmente educativas, se hallan instaladas en terrenos donados por el recordado libanés, quién llegó a Costa Rica con una mano adelante y la otra atrás. Pero de la incipiente villita del año 58 a la actual ciudad, hay un abismo, pues de ser un centro de entretenimiento no muy santo, pasó a ser una hermosa ciudad, con excelentes negocios y edificios públicos, un buen hospital, numerosos centros educativos, todo lo cual sepultó en el olvido la fama que la acompañó en su ya lejano nacimiento.