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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario Ser sensible al prójimo nos dará la vida eterna Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbíteroredaccion@aldia.co.cr Cristo nos habla hoy de un rico y un pobre. Estos dos personajes, surgidos de la imaginación de Jesús nos iluminan el camino. Son tan nuestros que hasta le pusimos nombre al rico: “Epulón”, sinónimo de glotón, comilón, voraz. Pero yo llamaría al rico “Insensible”, porque este irreflexivo sujeto permitió que el dinero enmascarara sus sensaciones, entorpeciera y hasta anulara su sensibilidad. Por ello no llegó a descubrir a aquel Lázaro, que “yacía a su puerta”. Cada vez que el rico salió o entró a su casa, allí estaba el pobre, urgido de un gesto que le devolviera la dignidad humana. Pero nada. El rico acostumbrado a su presencia, se anestesió y ya no reparaba en su dolor y vacío. El rico y Lázaro convivieron de esta manera y al acabar sus vidas, Lázaro fue llevado al seno de Abraham, mientras que al otro lo enterraron. Si yo no quiero, nadie podrá hacer que me percate del dolor y la necesidad del pobre que camina junto a mí, del anciano que apenas si logra pasar sus días, de la mujer abandonada o agredida, del obrero mal pagado, del agricultor que no puede vender sus productos, del emigrante que sufre el doble golpe de haber dejado su tierra y ser maltratado en la nueva, del niño abusado, del joven violentado por la vida. Seré yo mismo el que decida si quiero verles y descubrir en ellos al Cristo doliente. “Hijo mío, dijo Abraham al rico, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento”. Esta es una muy mala noticia para los egoístas, y debemos prevenirla con sabiduría. Si tengo bienes, no es para apropiármelos, para regodearme con su posesión. Debería más bien usarlos para beneficiar a los demás, sobre todo a los más pobres. No debo vivir la vida para satisfacerme a mí mismo, sino para abrazar al que sufre, compartiendo con él, promoviéndolo, estimulándolo, invirtiendo para mi vida eterna. La tragedia humana está en adormecerse con la estabilidad y que ella nos impida ver más allá de nuestro pequeño mundo. Y cuando el rico pretendió que resucitaran a Lázaro para que “despabilara” a sus hermanos que cometían sus mismos errores, la respuesta de Abraham fue simple: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”. Y es cierto. Cristo, Hijo de Dios e hijo del hombre, que nos envía a mitigar el dolor humano con todas nuestras fuerzas, resucitó de entre los muertos, y nosotros seguimos sin hacerle caso. |
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