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 Nacionales Domingo 30 de septiembre, 2007, San José, Costa Rica.
   

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Ser sensible al prójimo nos dará la vida eterna

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero

Cristo nos habla hoy de un rico y un pobre. Estos dos personajes, surgidos de la imaginación de Jesús nos iluminan el camino. Son tan nuestros que hasta le pusimos nombre al rico: “Epulón”, sinónimo de glotón, comilón, voraz.

Pero yo llamaría al rico “Insensible”, porque este irreflexivo sujeto permitió que el dinero enmascarara sus sensaciones, entorpeciera y hasta anulara su sensibilidad.

Por ello no llegó a descubrir a aquel Lázaro, que “yacía a su puerta”. Cada vez que el rico salió o entró a su casa, allí estaba el pobre, urgido de un gesto que le devolviera la dignidad humana. Pero nada. El rico acostumbrado a su presencia, se anestesió y ya no reparaba en su dolor y vacío. El rico y Lázaro convivieron de esta manera y al acabar sus vidas, Lázaro fue llevado al seno de Abraham, mientras que al otro lo enterraron.

Si yo no quiero, nadie podrá hacer que me percate del dolor y la necesidad del pobre que camina junto a mí, del anciano que apenas si logra pasar sus días, de la mujer abandonada o agredida, del obrero mal pagado, del agricultor que no puede vender sus productos, del emigrante que sufre el doble golpe de haber dejado su tierra y ser maltratado en la nueva, del niño abusado, del joven violentado por la vida. Seré yo mismo el que decida si quiero verles y descubrir en ellos al Cristo doliente.

“Hijo mío, dijo Abraham al rico, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento”.

Esta es una muy mala noticia para los egoístas, y debemos prevenirla con sabiduría. Si tengo bienes, no es para apropiármelos, para regodearme con su posesión. Debería más bien usarlos para beneficiar a los demás, sobre todo a los más pobres. No debo vivir la vida para satisfacerme a mí mismo, sino para abrazar al que sufre, compartiendo con él, promoviéndolo, estimulándolo, invirtiendo para mi vida eterna.

La tragedia humana está en adormecerse con la estabilidad y que ella nos impida ver más allá de nuestro pequeño mundo. Y cuando el rico pretendió que resucitaran a Lázaro para que “despabilara” a sus hermanos que cometían sus mismos errores, la respuesta de Abraham fue simple: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

Y es cierto. Cristo, Hijo de Dios e hijo del hombre, que nos envía a mitigar el dolor humano con todas nuestras fuerzas, resucitó de entre los muertos, y nosotros seguimos sin hacerle caso.

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