Domingo 17 de enero de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga

Los creyentes avanzamos en el tiempo litúrgico como exploradores que se deslizan por vigorosos ríos. Abandonamos un pequeño ciclo de cascadas y rápidos, en los que las aguas nos han mantenido muy atentos a los grandes misterios del Señor y ahora caemos en una amplia laguna y llena de vida, que nos manifiesta de otra manera, más pausada y serena, la riqueza que es Cristo. Y este tiempo se inicia con un pasaje muy vistoso: Las Bodas de Caná.

Lo conocemos bien: Jesús, su madre y sus discípulos estaban invitados y faltó el vino (las bodas hebreas duraban varios días). La intervención de María es clara. Dice a Jesús: “No tienen vino”. Y el Señor, aunque intenta retener su “hora”, es apresurado por ella que dice a los sirvientes “Hagan lo que él les diga”. El resto es simple. Jesús les pide llenar de agua seis tinajas que servían para las tradiciones hebreas y luego sacar del líquido y llevarlo al jefe de sala que prueba el agua que ahora es vino y elogia al esposo por tener un vino tan bueno guardado para el final de la fiesta.

Veamos ciertos elementos: es una boda y ya los profetas preveían que el matrimonio era el modelo perfecto para la relación Dios-pueblo. Jesús trueca las inútiles purificaciones hebreas en la fiesta de esas bodas perpetuas.

Hoy, cuando Haití se estremece bajo el peso de los escombros y el clamor de sus pobres, víctimas de nuestro abandono, pidamos al Señor que cambie nuestra agua en vino, que olvidemos nuestra mezquindad y egoísmo, que demos a nuestros hermanos, no de lo que nos sobra sino de lo que es necesario para vivir.

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