Milton Montenegro
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A 160 kilómetros por hora, así partí ayer de Suiza a Viena, de donde me trasladaré a Eslovaquia. A esa velocidad viajaba el tren que me llevó en un largo recorrido de ciudad a ciudad. Fueron 14 horas entre rieles, estaciones y el corre, corre, para no perder el tren, porque si dicen a una hora, no hay minutos más, ni menos, a la hora fijada se sale.

Abordo del tren y con esos 160 kilómetros a toda máquina, escribí esta columna, recordando las bellezas de Suiza, el hermoso paisaje de Crans Montana y la finísima atención recibida en el Hotel du Golf.

Tras el juego de la Selección, el dueño del hotel festejó con los seleccionados la victoria, hubo champaña para celebrar y cuando se hizo el destape, Marco, un camarero portugués, dijo a todo galillo: “que viva Puerto Rico”. O sea, “la de las vacas”.

Las risas de los jugadores y algunos silbidos no se hicieron esperar.

Fue una pifia de Marco, además no es la primera, ni será la única vez que a nuestro país lo llaman Puerto Rico, aunque Marco siempre decía “la Costa Rica”.

“Jugó muy bien la Costa Rica”, mencionó tiempo después del final del partido.

Pero de momento dejo de lado a “la Costa Rica” para contarles que, en los trenes, alguna gente viaja con sus perros y me llamó la atención que las mascotas son obedientes, a nadie le ladran y menos intentan morder.

No se olfatean entre ellos, no se pelean y acatan las órdenes de sus dueños. De verdad que los sabuesos están bien entrenados, no como muchos en el país, que a cuanto parroquiano observan, se lo quieren comer vivo.