Milton Montenegro
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“Cuando a Panamá llegué, de ella me enamoré...”, eso cantaba Daniel Santos en su ya muy “viejito”, pero clásico tema “Panamá me tombé”.

Daniel Santos fue un puertorriqueño considerado uno de los grandes intérpretes de géneros tropicales como el bolero y la guaracha. No estoy tan “roco”, pero sí recuerdo esa canción, con un sabor que invitaba a mover el esqueleto.

De igual forma, invita Panamá a hacerle un recorrido porque es un país bonito, de gente muy atenta.

Los ticos que han venido aquí saben de lo que hablo.

Panamá es moderna, al estilo de Miami, pero con basura tirada en algunas calles, parecida a la calle 8 de San José. Igual, aquí hay vendedores ambulantes, gente que en las aceras venden perros calientes y otro tipo de comidas.

Los canaleros tienen un tránsito insoportable, desordenado, pero no es algo tan terrible como en “Chepe”.

Aquí se mueven, el asunto es fluido.

En algo no me convencieron los conductores. Ayer me tiré a la calle y salí a correr temprano como lo hago en la vías de Tibás, pero aquí en Panamá, los choferes no pitan, le lanzan el carro encima. Y si deben cruzar a determinado sector, no les importa si uno viene corriendo: ahí le ponen la trompa encima.

No sé si han visto una fábula de “Goofy”, en la que él se sube a su auto y apenas toma el volante cambia por completo, acelera, gesticula y grita, si mis hijos leen esta columna dirán, “no es ‘Goffy’, quien se transforma, es papi”. Los “panas” en carro no respetan a quien se ejercita, o era sólo yo, porque no observé a nadie corriendo, seguro decían, ¿qué le pasará a ese baboso?

Así que “Panamá me tombé”, pero no es como aplicar lo que dice la canción: “aquí me quedo y nunca me iré...”.