Antonio Alfaro
analfaro@aldia.co.cr

         

Si no fuese periodista, pude haber sido fotógrafo, biólogo, jardinero, jornalero, peón de construcción, domador de pulgas, pintacaritas, pero nunca chofer de autobús. Abundante paciencia necesitan esos tipos, sedentarios, con las sentaderas planas, a veces somnolientos, otras malhumorados, a los que presas, semáforos, peatones, usuarios, malas pagas y eternas jornadas muchas veces convierten –con el paso de las horas– en el ogro del pantano, con las faldas medio afuera, la barba a medio hacer y el estómago a medio llenar. Unos cuantos –no sé cómo– terminan sin perder modales.

Mis respetos y consideraciones, mis críticas y felicitaciones para los encargados de llevar a miles –en ida y vuelta– de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. En un país sin metro, nuestra escasa visión los condenó y condecoró a mover medio pueblo. ¡Que alguien les diga lo importantes que son!

A ellos esta columna, así brinquen mis compañeros, insistan, se pongan la mano sobre la cabeza y le pidan a la Virgen Santísima por este mortal que escribe de choferes en día de elección del Fiscal General.

Esta mañana, con Fiscal o sin Fiscal, se subirán al autobús el estudiante, la enfermera, el cajero, el policía, la señora que cuida los niños, quedando en manos de un tipo que puede marcar la diferencia (con su trato, conducción, prudencia y ánimo), en una labor para la que yo no tendría paciencia.