Domingo 9 de enero de 2011, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
Evangelio

Álvaro Saénz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org

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Hoy termina Navidad. La Iglesia ha contemplado al Niño Jesús en su encarnación, obra maestra del amor de Dios por la humanidad. Pero consciente de que la verdadera riqueza de Cristo la dará como adulto, anunciando la buena nueva, muriendo y resucitando por nosotros, apenas si nos permite ver al Niño en brazos de su Madre, con José, adorado por los pastores y los magos. Ahora lo muestra yendo al Jordán, a presentarse a Juan para ser bautizado.

Mateo nos narra la escena con un pequeño diálogo entre los personajes. Juan no quiere bautizar a Jesús. Asegura: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti”. Jesús lo convence: debe ser introducido por el precursor en el camino de la predicación del reino. Y lo hará mediante este rito muy ajeno a las costumbres hebreas, pero expresivo y rico, y que sería asumido por el cristianismo: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Es como si dijera: asumamos la voluntad de Dios.

Juan, pues, lo bautiza. Y se produce un portento. Jesús salió del agua y se abrieron los cielos. El Espíritu de Dios descendió como una paloma sobre él, haciendo morada en Él. Y se oyó una voz del cielo: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

La escena está llena del misterio de Dios y de sugestivas revelaciones. Constatamos que aquel que se bautiza es señalado por el Espíritu como el Cristo, el ungido de Dios. Y se nos pide creerle a Dios, que señala que aquel Jesús de Nazaret en su Hijo muy querido, su predilecto.

El bautismo de Jesús también anuncia muchas cosas: inaugura su tarea evangelizadora, lo marca como portador de la buena noticia, lo resella con el Espíritu y lo declara Hijo de Dios. Y además anticipa lo que pasará con quienes seríamos llevados a las aguas bautismales en nombre de Cristo para ser bautizados en el Espíritu Santo. Bautizados en su nombre, también fuimos hechos morada del mismo Espíritu, injertados en Cristo hechos uno con él. Ahora somos fragmento del Hijo amado, del predilecto del Padre. De manera resuena también podríamos oír aquella voz del cielo reconociéndonos como hijos de Dios. Ya bautizados formamos parte del mismo y único Cristo.

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