Nacionales
Domingo 8 de julio de 2012, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga

Presbítero / asaenz@liturgo.org

Jesús, el perfecto profeta, es enviado por Dios a un pueblo rebelde, según dice la primera lectura. Y debe prepararse para el fracaso, para el rechazo de aquellos a quienes se dirija.

Un profeta habla a humanos y los humanos somos desconfiados. Es parte de la secuela que nos incrustó el pecado. Es normal que rechacemos a quien se oponga a nuestras actitudes.

Jesús regresa a su tierra. Viene a curar y predicar. Pero es rechazado por los suyos de quienes recibe solo frases hirientes y actitudes serrucha-pisos rayanas en la “chota”. ¡Que decepción! Por ello no puede comunicarles las riquezas del reino. Jesús les dirige un reproche sutil: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Ha fracasado ante quienes, habiéndole visto crecer, no aceptan que les señale errores y defectos, ni les llame a la conversión.

La Iglesia vive algo parecido. Como es “de los mismos”, se le rechaza su mensaje. Ella debería poder dar testimonio, entregada al anuncio del reino, pero la confusión actual hace que ni siquiera logre transmitir con claridad el mensaje del Señor. Si hoy la Iglesia levanta su voz para defender la vida, proteger a los no nacidos y a sus madres, condenar la desgracia del aborto, o tutelar la integridad de la vida humana, se la rechaza y acusa de todo tipo de cosas. No logra ser profeta no se recibe su palabra, y muchos pretenden amordazarla.

Ser profeta es incómodo; corregir a otros supone renunciar a mi propia seguridad y paz, y eso es duro. Para anunciar la buena noticia del reino debo intervenir en situaciones muy delicadas. Extirpar un tumor o cauterizar una herida supone la reacción de quien sufre el mal, porque la curación duele. El pecado nos ha herido y curarlo podría verse como un ataque. Hoy no es bien visto ser cristiano. Muchos optan por la irresponsabilidad.