Viernes 07 de enero, 2005. San José, Costa Rica.


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Foto Principal: 882007
Desconsuelo
Basilia Rodríguez Palma, madre de los tres niños que murieron por el veneno, mostraba su desconsuelo en un hospital de Managua. Los desperdicios de Managua son sustento diario de unas 200 familias que entre hedor, humo e inmundicia han subsistido por décadas.
La Prensa de Nicaragua para/Al Día

Golosina mortal en basurero

Tres niños perecen en Managua

La Prensa de Nicaragua para Al Día

Managua - Cada amanecer, Juancito se despierta muy temprano. Después de desperezarse con largos bostezos y estiramientos, se pone en pie y, en un rincón, busca la herramienta que utiliza en La Chureca para remover la basura.

Es un día como cualquier otro, pero tiene prisa por llegar temprano, pues piensa que la fetidez, el humo con polvo y todas las impurezas de ese lugar, son más fáciles de aguantar en la penumbra que con el sol a cuestas.

El pequeño, de unos 10 años, es uno del grupo de personas pobres que todos los días buscan la subsistencia entre los desperdicios del basurero más grande de Managua.

Además:

  • "Mamita, me duele"
  • A inicios de diciembre pasado, fue testigo de una de las tragedias familiares más conmovedoras de los últimos meses, cuando tres de sus amiguitos, Ezequiel, José Alberto y Moisés Rubén, de 6, 4 y 3 años, respectivamente, y todos de apellidos Orozco Rodríguez, fallecieron por la ingesta de supuestas golosinas que habían encontrado en algún lugar del basurero, pero que después de unos días de análisis, el Instituto de Medicina Legal determinó que era maíz contaminado con terbufos, órgano fosforado muy letal en los seres humanos y que se usa en la agricultura para control de plagas.

    La tragedia se produjo el 8 de diciembre, casi en el mismo instante en que Juancito regresaba de vender unos pedazos de aluminio que halló en el basurero.

    Esos momentos fueron los más tristes de su corta existencia, indicó Juancito con tristeza, pues quería a sus amiguitos como a sus propios hermanos. También recordó que si no hubiera sido porque en ese instante se encontraba fuera de La Chureca, habría estado con los tres niños en el lugar donde resultaron envenenados y quizás también hubiera muerto con ellos.

    Dolor

    Basilia Rodríguez Palma, madre de las víctimas, relató que el día de la tragedia, sus hijos jugaban alegremente con otros niños en el patio de su casa, cuando a eso de las 8:00 a.m. apareció una mujer, de quien no recuerda los nombres, y avisó desde la calle y a toda prisa, que en la entrada de La Chureca estaban regalando comida a los niños.

    "Al escuchar eso, mis tres hijos y los otros muchachitos dejaron de jugar y salieron corriendo al lugar donde estaban regalando los paquetes", contó.

    En esos días, los menores del barrio estaban contentos por regalos y comida que recibían casi a diario de gente compasiva que siempre se acuerda de los niños de La Chureca en diciembre.

    Pero cuando los tres hermanos llegaron al sitio, ya todo el producto estaba repartido. Cabizbajos, optaron por regresar a casa.

    "Pero parece que cuando venían, uno de ellos encontró la golosina y la repartió entre sus hermanos. Cuando llegaron a la casa, el más chiquito empezó a llorar porque le dolía la barriga. Al ratito, los otros también empezaron a quejarse y fue cuestión de que se pusieron bien mal y al poco tiempo estaban muriendo", narró.

    "Mamita, me duele"

    Managua - Mientras dormía en brazos a unos de sus niños, Basilia Rodríguez Palma, madre de las tres víctimas, recordó que al igual que sus siete hijos, los ahora fallecidos, nacieron en La Chureca y que, pese a sus cortas edades, algunas veces se involucraban en labores de rebusca en el polvoriento y apestoso basurero.

    Desde hace unos 10 años, la mujer, su marido, Pedro Orozco Cruz, y sus hijos viven en ese sitio, al que llegaron pensando que su estadía sería temporal. Los reveses que ha sufrido en la vida le han dejado marcas en el rostro que, en medio de aquel trágico momento, parecían más profundas. Pese a su pobreza extrema, a la repugnancia del basurero y a la falta de oportunidades, al hablar de sus niños muertos lo hace con infinita ternura.

    A ella le atormenta recordar el sufrimiento que padecieron sus hijos, cuando estando en el umbral de la muerte, se quejaban y retorcían de los dolores de estómago. "Yo me sentía desesperada sin saber qué hacer al escucharlos llorar y decirme 'mamita me duele, mamita ayudáme que no aguanto'", relata. Los niños fallecieron poco tiempo después.

    Pedro es pastor evangélico y asegura que la muerte de sus niños le ha traspasado el alma, pero que ha encontrado consuelo en las prédicas con sus vecinos.

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