|
Carlos Luis Sánchez Rojas, 17 años, vendedor de grillos. Desde que mi hermano me enseñó a hacer grillos con la palma, me dediqué a esto. No me da vergüenza estar aquí en la calle, lo hago por mi familia
|
"Pulseadores" de la calle
Aumenta trabajo informal en el país Alejandra MADRIGAL ÁVILA alemadrigal@aldia.co.cr
El semáforo está en verde. Hay tres carros delante del nuestro, mientras en la acera seis jóvenes esperan que se ponga el rojo.
Se da el cambio de luce. Se tiran a la calle y lanzan una variada oferta: tártaras, estuches de celulares, bolsas con manzanas de agua, mandarinas, mangos celes y mariposas o abejones gigantes que se mueven con el viento.
La imagen se repite en cada una de las rotondas e intersecciones que van desde Calle Blancos hasta los Hatillos.
"Mantengo a mi familia y a unos nietillos con lo que me ganó a diario. Es cansado andar caminando todo el día, pero 'diay'... la situación está muy difícil en el país", dice don Marco Antonio Palavicini, de 65 años, quien en las paradas de buses vende papas, yuquitas y gelatinas.
Al igual que él, otros miles de vendedores son los rostros que usted y yo vemos todos los días en las calles de nuestro país.
Los "ambulantes" parece que llegaron para quedarse. Nadie ha logrado sacarlos de la calle y menos ofrecerles trabajo.
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), divulgado en diciembre del 2004, advertía sobre el crecimiento desmedido del empleo informal.
De cada 10 nuevas personas ocupadas entre 1990 y 2003 en América Latina, seis eran trabajadores informales, según la OIT.
La realidad costarricense también la refleja el reciente informe del Estado de la Nación, donde se dice que 37 por ciento de los ocupados pobres se dedica a labores agrícolas y el 45 por ciento a labores informales.
A continuación algunas historias de hombres, mujeres, niños, ancianos y refugiados, que se ganan la vida en la calle. Vender en un semáforoGerardo Corea tiene 21 años, es colombiano y hace tres años llegó a nuestro país con el rango de refugiado.
"De mi país me alejó la violencia y ahora de las calles me alejaría solo la muerte, porque aquí me ganó el sustento diario para mí, mi compañera y mi hija de 8 meses.
"Estudié dos semestres en la Universidad de Antioquia, Administración de Empresas, pero me salí y decidí aventurarme.... (se ríe). Me salió cara la aventura, llegué con $2 mil y ahora no tengo nada y los ¢4 mil que me gano al día los hago vendiendo debajo de un semáforo". "Lleve el grillo"Carlos Sánchez Rojas, de 17 años, y su hermano Michael, de 20 años, son vecinos de Pavas y venden grillos hechos con palma a ¢100 cada uno, en las cercanías de la Universidad de Costa Rica.
Estos hermanos ni siquiera llegaron al colegio y tuvieron que salir de estudiar para ayudar a su madre con el mantenenimiento de sus cuatro hermanos. Ellos soportan la tos que, a diario, les provoca la cantidad de humo, el ruido de los carros y uno que otro desplante y subida de ventana que les hacen los choferes. "No me da vergüenza vender en la calle. Es la única salida que tenemos y los ¢5 mil diarios que nos ganamos, nadie nos lo va a dar", cuenta Carlos. Para los útilesLa historia del niño Jonathan de 14 años, no es distinta. Sentado en la rotonda de Paso Ancho, vende chanchos de barro y le va bien.
"La 'pulseo' bastante, porque tengo que comprarme los cuadernos para la escuela y también los de mi hermano. Mi mamá trabaja, pero necesita que yo le ayude", afirma Jonathan, quien sentado en una zona verde, ve pasar sus días de vacaciones en medio de carros.
"Yo solo juego los domingos, el resto de los días trabajo y no me aburro y cuando me da hambre, me como el pinto que mi mamá me hace. La verdad es que aquí nadie me molesta", narra el pequeño, uno de los miles que forman ese grupo de trabajadores infantiles.
Testimonios
|
José Joaquín Solano, 70 años chapeador Hay que pulsearla. Tengo años de cortar zacate y lo sigo haciendo, porque la gente me busca.
|
|
Alexánder Méndez, 24 años, verdulero de San José. Trabajos he tenido muy pocos y, la verdad, en la calle está la plata
|
|
María, 39 años, nicaragüense, vendedora de jugos La vida no es que me ha tratado mal, pero tampoco bien. Vender jugos de naranja no es el sueño de una mujer.
|
|
Jonathan, 13 años, vendedor de chanchitos de barro. Tengo que trabajar para comprarme los útiles y los de mis hermanos.
|
|
Gerardo Correa, refugiado colombiano, vendedor de tártaras. Jamás pensé terminar vendiendo en un semáforo, pero no queda otra.
|
|