Jueves 27 de enero, 2005. San José, Costa Rica.


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Visión

Inversión y oportunidad

Anabel González

A finales del año pasado, la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) informó que, en el 2003, 61.000 empresas multinacionales invirtieron $560 billones en países distintos de su país de origen.

Sus más de 900.000 subsidiarias generaron más de 54 millones de puestos de trabajo y reportaron ventas por $17.580 billones.

Esos números son, por supuesto, impresionantes. Dan cuenta de la creciente importancia de la inversión extranjera directa en la economía mundial.

El que tan solo 13 años atrás fueran mucho menores -$209 billones en inversión, 24 millones de puestos de trabajo y $5.660 billones en ventas- muestra cómo se ha consolidado y fortalecido el proceso de globalización durante este período.

Diversos factores han promovido esa expansión de la producción internacional.

Primero. La liberalización de las economías y de los regímenes de inversión ha contribuido al mejoramiento del clima de negocios en la mayoría de los países.

Segundo. La evolución de las tecnologías de la información y las comunicaciones facilita desintegrar la producción en distintas operaciones que pueden llevarse a cabo en diferentes países, y abre nuevos mercados que deben ser aprovechados.

Tercero. La creciente competencia internacional, cada vez más fuerte, obliga a las empresas a buscar nuevas opciones para mejorar la eficiencia.

No todos los países se han beneficiado de la misma manera de este aumento de los flujos de inversión. Los países desarrollados han sido los principales receptores de capital, capturando cerca del 65 por ciento del total. En el mundo en desarrollo, el comportamiento varía, pues, mientras Asia se ubica a la cabeza -dada la importancia de China como receptor de inversión-, los países africanos suelen estar en último lugar y América Latina se ubica a mitad de camino.

Recientemente se ha venido presentando un cambio en la estructura de la inversión, que ha aumentado en el área de los servicios, en vez de en agricultura o en manufactura. Ello abre oportunidades muy interesantes para los países en vías de desarrollo.

Por un lado, el establecimiento de estas empresas no requiere contar con recursos naturales o grandes obras de infraestructura vial. Más bien, los determinantes de la atracción, en el caso de los servicios, son el recurso humano y las telecomunicaciones.

Por otra parte, cuando las empresas se establecen para servir el mercado local, ello contribuye al mejoramiento de la competitividad, lo cual tiene un impacto, entre otros, en la producción de bienes.

En los últimos años, Costa Rica ha recibido los beneficios de la inversión extranjera, que ha contribuido a generar nuevos y mejores empleos, aumentar las exportaciones, promover la transferencia de tecnología, mejorar las técnicas de administración gerencial y, muy importante, contribuir al balance macroeconómico.

Necesitamos, sin embargo, que venga mucha más inversión. Como mínimo, por supuesto, debemos evitar que se vaya la que ya está aquí, sobre todo si las medidas para hacerlo están a nuestro alcance.

Si tomáramos las acciones que, como país, sabemos que hay que adoptar, podríamos lograrlo.

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