Sábado 05 de febrero, 2005. San José, Costa Rica.


Campeonato Nacional 2004-2005


 

Perspectivas

Vida de perros

Ovidio Muñoz

La famosa Camila, que a estas alturas está más seria que un perro en misa, retrató a un barrio que, carteles en mano, quiso dar fe de su buena fe.

Señoras, niños y jóvenes se reunieron frente al templo tibaseño, que el can más popular del país visitaba -dicen, no me consta- religiosamente.

Llevaron a Tigre, novio afligido, pero muy tranquilo, quizás confiado en aquello de que "todos los perros van al cielo".

Los manifestantes, siempre preocupados por el bien de los animales callejeros de Tibás, a los que cuidan y alimentan como "sanfranciscosdeasís" modernos, estaban allí para denunciar las injusticias clericales.

¡Qué gente tan combativa! Hay que ver cómo protesta cada vez que el cantón nada en basura. Un ejemplo de organización comunal.

Dicen que Camila no molestaba a nadie cuando se metía al templo, su refugio dominical a falta de casa fija. Desconozco si ya mantenía el romance con Tigre que, con seguridad, pasará un triste día de los enamorados sin su compañera, tan querida por tantos, que nadie se atrevió nunca a adueñarse de ella. Era de todos.

No recuerdo un perro más apreciado, con las excepciones de Lassie, Bengie y Rintintín, todos de grata memoria. Camila nunca llegó al estrellato, pero ha tenido sus minutos de fama -aunque fuera póstuma- en noticiarios y periódicos, y hasta inspiró chistes futboleros.

Fue conmovedor ver cómo cientos de sus defensores, caninos y humanos, se reunieron un día en las gradas de la iglesia y alzaron su voz y sus ladridos para recordarla.

Un amigo -con algo de mala intención- me contó que en ese mismo momento, cerca de la vieja estación de trenes al Pacífico, niños hambrientos dormían, con el sol en la cara, sobre cartones, tirados, sin quien los defendiera, sin la misma suerte que la perra "dormida" por la inyección.

Le dije que en Tibás eso no pasaría. Hay tanta gente buena que, de fijo, los socorrería. Dudó. Si hicieron cuanto pudieron por una perra, qué no harían por una persona..., dije.

Él, lleno de sorna, contraatacó con una pregunta: ¿por qué quienes defendieron la memoria de Camila no dirigen su enorme energía hacia los desamparados, indigentes, ancianos y enfermos, a quienes nadie visita en los albergues?

Quedé mudo un momento; luego se me ocurrió lo más sencillo: están muy ocupados con los perros callejeros a los que nunca han dado casa, ni comida, y por eso molestan en la misa.

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