Pido la palabra

Camote por “caine”

En mi natal Guadalupe de Goicoechea había una familia enorme, con 12 chiquillos hambrientos, como pirañas en dieta, y dos abnegados padres que trabajaban hasta el primero de mayo para darles el sustento.

Cada final de tarde, el grupo se reunía ansioso alrededor de la mesa. En esa época no existían las comidas rápidas ni empacadas; se debía esperar la sorpresa que emergiera de las ahumadas ollas de mamá. La adivinanza no era complicada... ¡siempre servían olla de carne!

La verdura era escasa, las bocas abundantes. Cada güila velaba por lo suyo. Así que, como en la Bolsa de Nueva York, se producían los más inesperados tratos:

–Le cambio la yuca por el plátano; déme el arroz y le doy el caldo...

Pero lo que más gracia me hizo fue:

–Le cambio el camote por la “caine” –dijo un mocoso al otro, en un negocio sólo atractivo para un vegetariano acérrimo–.

¿Por qué el cuento? Me acordé de la anécdota a causa de la masacre que ocurre en las carreteras, con casi 300 muertos en accidentes.

Hoy que se inicia el mes de la pachanga, ¿no sería bueno que cambiáramos el camote (el peligro, la temeridad y el matonismo del volante) por la “caine” (la vida, la madurez y la responsabilidad cuando manejamos)?

Celebremos la “caine” y no sigamos de camotes.