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 Nacionales Domingo 19 de febrero, 2006, San José, Costa Rica.
 

Conozca cinco historias de un fenómeno social de estos días

Cuando se convive con hijos gays en el hogar

Iglesia pide respetar a la persona, pero deplora esa inclinación

Alejandra Madrigal Ávila

Además:

  • "Mi pecado habría sido no quererlo"
  • Mezcla de dolor y amor
  • Papá y mamá aceptaron
  • "Mi hija lesbiana: ¡no, Dios!"
  • Alejados durante un año
  • Martha Quesada, de 53 años, lleva ya varios años de desgarramiento emocional, y no precisamente porque su hijo le confesara a toda la familia que era homosexual.

    Lo que más le duele a doña Martha tiene que ver con sus convicciones religiosas, sin olvidar el día en que oyó a sus vecinos en una comidilla feroz contra los gays.

    Junto a su caso, conozca hoy las historias de otras familias costarricenses que conviven en el marco de este fenómeno social, tras afrontar la noticia de que se su hija es lesbiana o que su hijo es homosexual.

    Francisco Madrigal, director del Centro de Investigación y Promoción para América Central (CIPAC), organización que protege los derechos de los gays, manifestó que ellos mantienen una línea de ayuda para familias con estos casos, y, el año pasado, atendieron más de 300 llamadas, sobre todo, de madres.

    Según el CIPAC y el Movimiento Diversidad, más de 250 mil costarricenses tienen tendencias homosexuales.

    El psicólogo Luis Diego González, de Enfoque a la Familia, manifestó que los hijos deben siempre buscar el momento adecuado para dar a conocer su inclinación, ya que los padres, generalmente, tenderán a enojarse.

    El experto recomienda "no hacer escándalo" y "tampoco pensar que el mundo se acabó".

    Además, los hijos deben comprender que sus papás no están en la obligación de entenderlos desde el primer momento ni de aceptar la relación homosexual.

    El obispo de Tilarán, Monseñor Vittorino Girardi, quien ha realizado estudios sobre la homosexualidad, asegura que la familia debe respetar al ser humano, pero que la inclinación homosexual es deplorable.

    Para el doctor y sexólogo, Mauro Fernández, los padres deben conocer la historia de la homosexualidad con el fin de entender a sus hijos, ya que hay muchos mitos sobre este tema. Señala que el rechazo se da por convicciones culturales y religiosas.

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    William Sánchez para Al Día

    "Mi pecado habría sido no quererlo"

    Alejandra Madrigal Ávila

    Desamparados. - Doña Elizabeth Fonseca, maestra pensionada, asegura que se dio cuenta de que su hijo Rubén era homosexual cuando él tenía cinco años. Desde entonces han transcurrido ya más de cuatro décadas.

    "Recuerdo que fui a su clóset y encontré varias cajas de fósforos con un montón de cositas adentro, y en una de ellas estaba la foto cortada de un muchacho desnudo. Desde ese día me negué a creer que mi hijo fuera homosexual".

    Cuando era un niño, Rubén fue sometido a cientos de exámenes clínicos, pero los doctores dijeron que todo estaba bien y no tenía nada anormal.

    "Una tarde, cuando venía del colegio, se me acercó y me dijo: 'Mami, soy homosexual, me gustan los hombres y no sé qué hacer'. Estaba descontrolada y solo pensé en el pleito que se iba a armar cuando el papá se diera cuenta".

    Doña Elizabeth se lo comentó a su esposo y éste le dijo que echara a Rubén de la casa. "¡Cómo lo iba a echar, si tenía 16 años!", recordó.

    A los 19 y 20 años, Rubén pasaba noches sin dormir en su casa. "Cuando llegaba en la mañana, me daba asco que me abrazara y me saludara con un beso, pues venía de estar con un hombre. Le dije a Dios: 'Señor, hágase tú voluntad'. Mi hijo es homosexual y he aprendido a aceptarlo".

    El dolor y resentimiento se fueron con el tiempo: "Hoy sé que mi pecado habría sido no quererlo tal como es".

    Rubén y su pareja tienen cerca de 20 años de vivir juntos y ahora hicieron su casa, justo al lado de doña Elizabeth.

    "Estoy más tranquilo sabiendo que mamá conoce mi relación, aunque sé que todavía le duele", comentó Rubén.

    Foto: 1190976
    Doña Elizabeth vive al lado de su hijo Rubén y su pareja, quienes tienen más de 20 años de vivir juntos.
    Allen Campos

    Mezcla de dolor y amor

    Alejandra Madrigal Ávila

    San Pedro. - "¿Qué sentí cuando supe que mi hija era lesbiana? Pues es muy difícil de decir, porque tenía una mezcla de sentimientos, y lo primero que pensé fue que la vida se me venía cuesta abajo... sólo pensé en mi dolor y en que nunca sería abuelo".

    Arturo Hernández es padre de Adriana, una joven de 23 años que, hace cinco, les confesó que era lesbiana.

    "Me enojé, como es normal, el día en que ella nos lo contó a su mamá y a mí, pero hubo un momento en que levanté la mirada para verla a los ojos y buscar una explicación, y fue cuando se me vino a la memoria la figura de aquella pequeña machita, casi sin pelo, a la que le encantaba jugar con agua mientras limpiábamos el corredor de la casa.

    "Era mi hija y ella significaba una mezcla de dolor y amor".

    Don Arturo pasó semanas sin entender qué había hecho mal, "en pedirle a Dios que me la cambiara, que me ayudara a respirar sin tanto dolor hacia mi hija".

    Una tarde, luego de llegar de su oficina, vio que en la mesa de la sala estaban los cuadernos de su hija y, como no se hablaban, siguió caminando hasta la cocina.

    "Empecé a llorar, era la primera vez que lo hacía, pues mi pequeña llevaría una etiqueta de 'peligro, es un bicho raro, es contagiosa'. Eso hizo sentirme triste, enfadado y, luego, un papá protector. Entonces pensé cómo podía ayudarla y decidí aprender más acerca de la homosexualidad. Ella siempre tiene mi amor, a pesar de que no acepto su condición de homosexual", comentó.

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    Padre e hija se respetan y se quieren.
    Allen Campos

    Papá y mamá aceptaron

    Rodolfo Alvarado, de 31 años y administrador de empresas, nunca les contó a sus padres que era gay.

    "Ellos se dieron cuenta. Vivía una vida doble y la verdad era muy incómodo".

    Rodolfo, cuando vivía en los Estados Unidos, aprovechó un viaje de su madre para hablar del tema.

    "Me dijo que estaba preocupada porque mi amigo siempre me daba regalos muy caros, y, como nunca he tenido tacto, le dije que él era mi pareja".

    Pero, cuando Rodolfo no estaba, su madre lloraba en silencio. Ya sus dos padres sabían y, pese a que no vivía con ellos, asegura que siempre lo respetaron.

    "Pensé que, cuando mi papá se enterara, iba a ser más machista, pero nunca hubo ningún reproche".

    Rodolfo recibió el apoyo de sus padres, pues la decisión que tomó era responsabilidad únicamente de él.

    Foto: 1190907
    Los padres aceptaron que Rodolfo era gay.
    A. Campos

    "Mi hija lesbiana: ¡no, Dios!"

    "Recuerdo que, cuando hablé con ella, me dijo que tenía dudas. Como mamá, uno siempre sabe esas cosas y, por eso, estaba viendo a mi hija pasar por una crisis.

    "Un día, cuando venía del colegio, me dijo: 'Mami, yo me hago todos los exámenes para ser normal'. Ahí sufrí más viendo a mi hija llorar".

    La historia nace en un humilde hogar de Alajuela hace seis años, cuando Cristina López le confesó a su madre Teresa que era lesbiana.

    "No lo acepté y me enojé mucho cuando ella le comentó a mi hermano que le gustaban las mujeres. Yo quería que eso quedara oculto", dice la madre.

    Doña Teresa empezó una terapia con su hija, pues hasta con Dios medio se enojó. Y, a pesar de que no comprende el lesbianismo de su hija, la ama y la respeta, lo mismo que a Karol, la pareja de ella.

    "Esto es una pesadilla, nadie quiere tener una hija lesbiana, y menos cuando se anhela tener nietos".

    El tiempo cura y doña Teresa, cada vez que cocina "algo rico", llama a su hija y la invita a ir a la casa con Karol.

    Foto: 1191031
    Doña Teresa respeta la relación de su hija.
    Allen Campos

    Alejados durante un año

    "Si pudiera, te quitaría hasta los apellidos. Me has defraudado".

    Las hirientes palabras provenían del papá de Andrea Rojas, una mujer de 29 años, quien confesó a sus padres su lesbianismo, luego de tener su primera experiencia sexual.

    Eso sacó a flote los sentimientos más dolorosos de los progenitores de Andrea, quienes reaccionaron con agresividad.

    Aun cuando estaba estudiando, ella debió marcharse de su casa y quedarse en la de sus abuelos maternos.

    "Mis abuelos, siendo más conservadores, me trataron mejor, pero era normal que mis papás reaccionaran así, porque les dolía".

    Tras un año de silencio y enojo, la madre de Andrea la llamó por teléfono y le dijo que era el momento de conversar.

    "La relación de papi y mía siempre ha sido muy buena, como lo es ahora. A veces me dice que salgamos a tomarnos algo, y hasta me comenta en broma que observe a algunas muchachas bonitas. Así somos felices".

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