Desde mi espejo

¡Yo quiero viajar en tren!

Entre mis más gratos e inolvidables recuerdos de infancia figuran los viajes en tren.

Nunca un viaje en autobús, fuera de Buenos Aires, me produjo el inefable placer de subir al tren, de caminar por los pasillos, de lograr (cuando no se me adelantaba alguno de mis hermanos) acomodarme junto a la ventanilla y comenzar a disfrutar del trayecto, aun antes de que el tren se pusiera en marcha.

El servicio de trenes, en aquel entonces, cubría varias rutas hacia los cuatro puntos cardinales del país y, como es de suponer, todos nuestros viajes de vacaciones se hacían en ferrocarril durante largas horas, pero la aventura superaba al cansancio.

En los trenes había servicio de “coche-comedor”, y una de mis ilusiones era almorzar allí, pues servían una sopa de la que aún paladeo el sabor, y la textura de los trocitos de verduras que flotaban en el delicioso caldo.

Otra cosa que recuerdo era el sobresalto que me producía el sonido agudo del pito de la locomotora anunciando que estábamos a punto de pasar por un túnel, o bien la llegada a alguna estación de pueblo.

Ahora, muchas décadas después, estoy segura de que para Costa Rica sería de gran beneficio implementar una vasta red de trenes.

Y es que, aparte del ahorro en petróleo y de evitar lo peligroso del tránsito por las carreteras, eso le ofrecería a la niñez la deleitosa aventura de viajar en tren.