Estaba muerto y ha resucitado, perdido y lo hemos encontrado
La parábola del padre amoroso Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero
Algunos todavía podrían hoy reprochar a Jesús porque: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Y es cierto. Al Señor le interesamos más los que tenemos conciencia de ser débiles que los insensatos.
Hoy el Señor me abraza en aquel hijo que regresa avergonzado a su papá, urgido de perdón, pero también de saber si, a pesar de sus errores, lo siguen amando. El padre me acoge hoy en su regazo, conmovido.
Acoge al hijo que fue a rodar tierras, que prefirió alejarse del calor del hogar. Me abraza a pesar de que en tantas ocasiones haya renegado de su compañía, de que me haya aburrido en su presencia y preferido lo chabacano, lo utilitario, lo vulgar.
Quizá le haya sustituido con ídolos, haya cambiado al que es el amor mismo con fumarolas de amoríos vanos. Hoy el Señor quiere que sepa que me estaba esperando, que aguardaba ansioso mi regreso.
Pero él sabe que si yo volvía derrotado, venía también lleno de esperanza y convencido del amor de mi Padre.
Venía seguro de que me abrirá su corazón, aunque nunca esperé que querría restituirme la dignidad de hijo.
Pero hoy el Señor también podría reprocharme. Lo hará si me porto mezquino y egoísta, si me perturbo y molesto por haber hecho fiesta por aquel “hijo suyo” al que yo considero irresponsable y torpe, que regresó a casa, vapuleado por sus errores, a experimentar el amor del papá.
Me reprochará que “haga leña del árbol caído” y me pedirá ser solidario: no solo es hijo mío, me dice, es también tu hermano. Papá asegura que si este muchacho tomó conciencia de su fracaso y regresó, eso debe alegrar a toda la familia.
El mismo Jesús nos pregunta hoy, con cierta ingenuidad “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?”. Querido Jesús, la verdad es que nadie haría eso. Solo él sí, porque para Jesús es más importante la oveja que se extravió.
Quiere atraerla, devolverle su lugar en casa. En el fondo él sabe que todos somos la oveja perdida, su oveja, la más importante.
Hoy Jesús reitera que Dios hace fiesta cada vez que recupera a su hijo. “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.
Dios no nos creó para que nos perdamos, sino para que vivamos eternamente con él. Por eso hoy nos invita a su mesa. Quiere que comamos con él. Sabe que somos pecadores y que hemos recaído muchas veces. Pero es cierto, “el recibe a pecadores y come con ellos”.
|