Mauricio Astorga
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Esta semana les voy a comentar sobre el mundialmente famoso chile mexicano. Porque estar por acá y no hablar del chile, es como estar en Tiquicia y no hablar del Gallo Pinto.

Los aztecas tienen una maestría en al arte de "enchilar". Tanto así que existe el mito de que a los bebitos mexicanos les dan chile en el chupón para que se acostumbren, pero no es así. Aunque es verdad que los niños, ya a la edad de tres años comen confites y frutas cubiertos de "chile piquín"; un chile en polvo que, aunque es casi de mentirillas, sí les va acostumbrando el paladar a sabores más fuertes.

Y también es cierto que es casi una prueba de hombría para los que venimos de otros países zamparse un buen chile jalapeño de una sola mordida. Yo me comí dos, para que vieran que los ticos somos bien machos. ¡Viva Tiquicia! El problema fue al día siguiente…

Los mexicanos tienen chile para todos los gustos. Por cierto que esta palabra viene del náhuatl "chilliy". Digamos que se pueden dividir en dos categorías: los "suaves" y los "¡llamen a los bomberos!" Entre los suaves están el "morita", el "pasilla", o el "poblano". Y en la otra categoría podemos mencionar al "jalapeño", el "serrano", el "de árbol" o el "habanero".

También está la "chilpaya", que es el típico "chiquitillo pero matón", porque es pequeñito pero sólo de olerlo dan ganas de llorar. Yo diría que también se le podría catalogar como "chile campana", porque pica a la entrada y "repica" a la salida.

La lista de chiles es extensa y deliciosa. Hoy los dejo, porque ya me voy a comer mis taquitos…con buen chile. ¡Provecho!