Domingo 20 de abril de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Domingo V de Pascua
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida
  • AlDia.co.cr
    Jesús es el camino. Además, se anuncia como el vehículo que circula por él, y es la meta de todos los cristianos. Internet.

Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero

La vida, tan hermosa y promisoria, está a veces llena de oscuridades, decepciones y frustraciones, que surgen de aquella ruina original que el ser humano se provocó a sí mismo cuando en los orígenes rechazó el amor de Dios.

Hoy Jesús, como si previera esos golpes, nos dice con dulzura: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”. El Señor busca atraer nuestra atención. Quiere vernos a los ojos y que nosotros también le miremos y descubramos su amor, su abrazo, su paz.

El Señor Jesús se está despidiendo de los Apóstoles. Está acongojado porque sabe de qué están hechos, más aún, de qué estamos hechos. Sabe que podemos caer en errores, que no nos será fácil vivir rectamente. Y a pesar de ello, Jesús insiste en que quiere que donde esté Él, estemos también nosotros.

“No se inquieten”. El Maestro nos llevará a un sitio que, Él asegura, nosotros conocemos. Interviene Tomás, el receloso, el desconfiado, y le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” Está gruesa pregunta obtiene una formidable respuesta: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

El Señor así nos está garantizando el resultado, nos dice que nuestra vida de desatinos y disparates, de inquietudes y oscuridades, se solucionaría si lo tuviéramos a Él como único “camino”. Pero no se queda allí. Jesús no sólo es la senda, sino que también se anuncia como vehículo que circula por ella y también como meta del camino. Dicho de otra manera, al ofrecerse como camino, nos señala el “por donde”. Al decir que es la verdad nos aclara el “cómo”; al llamarse vida, nos revela Él “hacia dónde”. Porque “Nadie va al Padre, sino por mí”. Por ello, “No se inquieten”. Si me siguen “no se inquieten”.

Esa maravillosa palabra la reciben los Apóstoles del amigo. Pero ellos deberán asimilar otro aspecto sobre Jesús. Felipe, el apóstol, porque todavía no comprende quién es Jesús, le dice: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. A tan sencilla cuestión Jesús hace a Felipe destinatario de la más grande revelación del Nuevo Testamento: la Trinidad de Dios. Jesús le dice: ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?

Y con ello, el consuelo, el “no se inquieten” de Jesús a su Iglesia se concreta. Jesús quiere decirnos: a pesar de la oscuridad que te rodee, recuerda que lo esencial es creer en mí. Si creyéramos, actuaríamos como Cristo, como Dios. Jesús agrega: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí… el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores”.

Creer en Cristo sigue siendo, pues, la clave de todo. Ello nos permitiría dejar atrás nuestra miseria y actuar como él actuó. Pero, ¿creemos realmente en Él?.

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