Beijing, China/dpa. Un ejército de voluntarios se encarga de hacer la vida mucho más fácil a todos aquellos que, por placer o trabajo, viajaron a Beijing para los Juegos Olímpicos. Sin embargo, cuando uno se aleja algo de la zona olímpica, la realidad le golpea en la cara.

"Siempre podremos engañar al forastero", dice un brutal proverbio chino. Y no son pocos los que intentan que la máxima se cumpla.

Un taxi desde el aeropuerto puede costar 200 yuan (cerca de los 17 mil colones), en lugar de los 120 habituales. Un corte de pelo 70, en lugar de 35. O una charla con dos estudiantes que quieren practicar su inglés, puede acabar en una cuenta de muchos dígitos si no se corta a tiempo.

Una botella de agua cuesta tres yuan antes de subir a la Gran Muralla, pero el precio sube a cinco cuando se baja sediento tras una jornada de calor intenso. Toda una lección capitalista, en el corazón de la China roja, de la ley de la oferta y la demanda.

Nadie tendrá piedad de los incautos. Si el visitante no aprende rápido a regatear, pagará más de la cuenta. Fatigoso para el occidental, pero absolutamente lógico para el chino.

Los Mercados de la Seda de Beijing son la caricatura de esta costumbre. Cuatrocientos yuan por un cinturón de marca falsificado.

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Los mercaderes chinos se están saliendo con la suya, pues se aprovechan cada momento de la cantidad de turistas que están de visita en Beijing para subir los precios de las cosas, aprovechando la ignorancia del turista. La otra cara de los Juegos.