Miguel Salguero
Periodista
¡Oficios que desaparecieron o van camino del olvido!
Por ejemplo, los carboneros. En las casas donde no podían comprar cocinas de hierro en las cuales se utiliza leña, había anafres (anafe, hornillo portátil, infiernillo, según el mataburros). Con una carreta cargada de sacos, aparecía el carbonero tiznado de arriba a abajo.
Otro personaje era el carretero que vendía la leña por carretadas: “Hola, ñor José María / traiga esa leña pa’ vela…” Aquileo: conchería “Mercando Leña”.
“¿Por qué no engraso los ejes de mi carreta…”. Lo que el señor Yupanqui no sabe es que al no engrasar los ejes los bueyes tienen que hacer un mayor esfuerzo para tirar del vehículo.
El hojalatero. Iba por los caminos gritando: ¡Hojalateeeerooooo…!, con su pequeña fragua para remendar trastos de metal con huecos causados por el uso.
Otro personaje, que debía correr más que andar largas distancias era el posta, encargado de llevar los sacos debidamente “enllavados” de la correspondencia.
Otro empleado parecido era el mensajero de telégrafos. Este maravilloso invento llegó a nuestro país allá por 1869 y creó una nueva profesión: el telegrafista, nada fácil porque debía aprenderse la clave Morse.
El cochero existió desde los tiempos coloniales.
Más recientemente se le veía recorriendo las calles citadinas, pero especialmente llegaban en grupo a la estación del tren, obviamente para ofrecer sus servicios a los viajeros.
Las lavanderas. Ellas se encargaban de lavar la ropa de la gente adinerada.
Lo hacían generalmente en los ríos.
En San José hubo dos lavaderos públicos: el Carit y el Umaña.
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