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 Nacionales Domingo 27 de enero, 2008, San José, Costa Rica.
   

III del Tiempo Ordinario

Anunciar la buena noticia

Álvaro Sáenz, Presbítero

Qué sabroso nos resultó la semana pasada oír en la liturgia preguntar a Jesús: ¿Quién eres, y cuál es tu obra? Entonces tuvimos la abundante respuesta, pero no precisamente de labios de Jesús, sino de los testigos de su obra.

Hoy vemos a Jesús atento a los acontecimientos. Han encarcelado al Bautista. Jesús reacciona y se va a Galilea a cumplir las Escrituras. San Mateo enseña que Jesús es el nuevo Israel, pero contrario al anterior, éste es dócil a la voluntad de Dios. Nos dice que “se estableció en Cafarnaum, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí”. Se cumplía así lo dicho por Isaías: la Galilea, un pueblo deteriorado, desprestigiado y de oscura raza religiosa, “que se hallaba en tinieblas”, vio en Cristo una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, “se levantó una luz”.

Jesús es esa luz inmensa, absolutamente indispensable para la correcta evolución humana, ya que solo en él alcanzamos plenitud a pesar de nuestro pecado. Él ilumina las naciones y debe extender su fulgor a todos los confines de la tierra. Por ello empieza de inmediato a predicar con el lenguaje que usaba el Bautista, llamando a la conversión, al cambio de dirección en la vida, a replantearnos las cosas. Su mensaje es preciso: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. Solo si se transforma, el ser humano alcanzará el éxito, llegará a Dios.

El mensaje de Cristo, luz indispensable, debe llenar el universo. Pero Jesús no emplea acciones masivas ni actos espectaculares. Lo suyo es personal, atiende personalmente a cada oveja perdida. Jesús hará lo suyo, y así, las regiones oscurecidas por el pecado, empezarán a cambiar por Él. Pero el Señor sabe que la tarea es exhaustiva. Por ello quiere que haya otros que hablen en su nombre, que asuman la misión. Por ello desde sus primeros pasos comienza a reclutar a quienes serán sus colaboradores más cercanos.

A orillas del mar de Galilea llama a unos pescadores, a Simón, nuestro Pedro, así como a su hermano Andrés, con palabras muy simples: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Lo propio sucede con los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, a quienes también llamó. Y lo más conmovedor es que, tanto estos como aquellos, “dejándolo todo lo siguieron”.

De esta manera se inicia la evangelización. Los llamados llevarán su luz a todas las naciones porque han sido enviados por Él.

Como Iglesia, debemos reforzar el anuncio de la Buena Noticia. Es imperioso que muchos más proclamen la Buena Noticia del Reino. Es apremiante que usted y yo asumamos la tarea que se nos propone.

Foto: 1873226

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