Pido la palabra

Recuerdos de la nariz

Me desagrada la gente cuando asevera: ¡todo tiempo pasado fue mejor! Cada época tiene su encanto, sus características que la hacen única y no se vale pedirle asilo al ayer.

Sin embargo, es inevitable recordar momentos de antaño, en especial en la Semana Santa ¡Todo era tan diferente! Y lo rememoro con nostalgia, nada más. Como ningún comercio abría, pero el hambre nunca ha tenido horario ni fecha en el calendario, en las casas se horneaba el pan casero, las empanadas de chiverre y los bollos de frutas confitadas. El aroma empezaba en la cocina, luego serpenteaba por el hogar y salía hacia el barrio, donde iniciaba su deliciosa tertulia con los de otras viviendas. Era imposible no caer en la tentación olfativa, aunque sabíamos que tales manjares del horno estaban reservados para los días en que los panaderos oficiales tenían asueto.

No me olvido tampoco el olor a coco sobre la plantilla del disco, única manera de sacarle su blanco tesoro. Primero se le metía un clavo en el ojo (tortura inocente y sin ideología) para extraerle el agua; más tarde al fuego para quitarle la cáscara.

Con esa nívea pulpa, más el azúcar, la canela y el clavo de olor, el postre nada tenía que envidiarle a las escuelas francesas. El escabeche, conjunción perfecta de verduras, hojas de laurel, vinagre y chile, una orquesta sinfónica de sabor.

Hoy los supermercados atienden público toda la semana y la comida se prepara en un abrir de latas. Más práctico, pero menos edificante para la nariz.