Ana Coralia Fernández
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Ustedes ya han oído de mí. Casi siempre camino por la orilla del río, de día o de noche, porque mi llanto inconsolable no terminará nunca.

En las aguas del río Virilla busco a mi bebé, el que una vez por despecho arrojé a sus aguas y desde entonces, lo busco río arriba, río abajo siguiendo el rastro de su llanto que a veces se confunde con el mío.

Muchos me han visto sentada en una piedra y me reconocen por la profundidad de mis ojeras, mi cabello desarreglado, mis ropas viejas y rotas, o mis pies llenos de barro de tanto andar y andar por las húmedas riberas del Virilla.

Sin embargo, quiero hacer una pausa en mi historia, para preguntar si alguien sabe si en algún EBAIS me podrían atender sin documentos. No tengo cédula ni certificado de nacimiento, pero todos me conocen con el nombre de Llorona.

Resulta que la semana pasada estaba yo, como siempre buscando debajo del puente, cuando de pronto me empezaron a caer desde arriba pedazos de concreto, metal y piedra.

¡Tremendas chichotas se me hicieron! Primero pensé que era un castigo del cielo, pero después vi que era un castigo de MOPT: pedazos de concreto del remiendo que le hicieron al puente.

¡Más cuidado señores! Aunque ya no soy tan bonita como antes y ando sola por esos caminos de Dios, ¡Merezco un poco de respeto!

Casi me desnucan con esos lagrimones, que no son como los míos de agua y sal. Agua sí llevaban; la sal es que hagan trabajos tan malos que atenten hasta con espantos como yo. Ahora no lloro solo por mi bebé perdido, sino por los chichones y las raspaduras que me dejaron las pedradas.