Domingo 30 de agosto de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga

Factor muy negativo en la religión es la hipocresía.

Para los escribas y fariseos cumplir la ley era una especie de deporte, una competencia en que cada cual quería ser el mejor. La ley los fascinó estimulándolos a lo formal. Veían el precepto como lo más importante y la letra lo era todo para ellos.

San Marcos explica cómo los judíos declaraban norma divina al lavado de manos y platos, cosas meramente sanitarias. Esto les llevaba a un abierto criticismo, a una censura constante de quienes no actuaran como ellos. Cumplir la ley les hacia más justos, más santos, más cercanos a Dios.

Aquel día preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. Querían avergonzarlo y solo lograron como respuesta una palabra usual en Él: “¡Hipócritas!”. Para Jesús lo más importante es el corazón del hombre, le molestaba mucho esa religión “de los labios para afuera”. Jesús sabía que lo único que nos saca del pecado y nos da vida eterna es el amor.

Así, provocado por aquellos fariseos, el Señor declara con una autoridad extraordinaria: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre”. Y como yo no tengo mejores palabras para explicar esto, me regocijo en transcribirles lo que dice mi Señor: “Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino”. Y concluye diciendo: “Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.

La propuesta supone un respeto inaudito por parte de Dios por la criatura humana y refleja la confianza que tenía Cristo en que podríamos entender su palabra y corregir nuestros pasos.

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