Alejandro Otoya, La Paz Waterfall Gardens
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“El 8 de enero desperté a las 6 de la mañana en la habitación del hotel. Durante el desayuno, comenté con mis compañeros el temblor del día anterior.
“Por la mañana, anduve por todo el parque, vi a los animales y, luego, volví a la recepción a trabajar en el escritorio.
“A la 1:21 p.m., sentí el temblor. Todo era normal hasta que la computadora se vino al suelo. No se podía estar de pie.
“Traté de salir, pero en la entrada se abrió una grieta bajo mis pies. Salté, llegué a la calle principal y vi cómo se abrían más grietas y los carros estacionados se hundían en el parqueo. Me asusté mucho.
“Los 40 segundos que duró el terremoto fueron una eternidad. Cuando terminó de temblar, grité: ‘Hay que sacar a todo el mundo’.
“Bajamos a los senderos gritando en inglés y español. Todos empezaron a salir. Busqué un botiquín y atendí a una señora con una cortada y a otra con el tobillo muy lastimado.
“Un bombero nos contó que había un derrumbe en la vía y que no se podía salir de la zona. Ahí entendí que debíamos pasar la noche a la intemperie. Cuando nos dimos cuenta, teníamos a más de 400 personas en el parqueo del hotel.
“Como a las 4:30 p.m., un señor me dijo de dos canadienses desaparecidos. Esa noticia me desanimó.
“Luego, supimos que salieron por sus propios medios, y nos alegramos mucho.
“Hicimos fogatas y un campamento improvisado con plásticos y los carros. Hacía mucho frío.
“Esa noche no pude dormir. Caminé por todo lado y di gracias porque nadie murió ni resultó con heridas graves. Fue algo impresionante”.
Recopilación de testimonios: Alejandro Arley, periodista.
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