Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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El joven rico es un personaje singular del Evangelio. No sabemos su nombre ni lo volvemos a ver. Él pregunta a Jesús qué debe hacer para heredar la Vida eterna. Jesús le recuerda los mandamientos y el joven, de forma altisonante, le responde: “todo eso lo he cumplido desde joven”.

Jesús busca perfeccionarlo. Lo mira con amor y le señala lo que falta: deshacerse de todo y seguirlo. En la Biblia las palabras son importantes. Nos sorprende que Jesús use cinco verbos con este muchacho. Le dice: “Ve, vende, dalo, ven y sígueme”.

Pero hay un problema, el joven, que “poseía muchos bienes”, se fue. Jesús sentencia: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”

Las riquezas, que muchos ven como bendiciones de Dios, a veces más parecen maldición, ocupando el espacio que debemos a Dios. Jesús ilustra la dificultad del rico con el ejemplo del camello y el ojo de la aguja. Hay dos interpretaciones: que la aguja sea una puertecita en la gran puerta de la muralla, o que “camello” sea un grueso mecate de barco. Ante la primera opción, el camello solo entrará si lo doblegamos. Si el camello fuera mecate, la única forma de meterlo en la aguja sería quitándole grosor.

En ambos casos la opción para entrar en el reino de los cielos es reducirnos a lo esencial, eliminar presunciones, ambiciones, odio, envidia, codicia, violencia, corrupción, agresión.

Dejarlo todo por Cristo nos abre paso al reconocimiento final. Jesús dice a Pedro algo muy hermoso: si invertimos nuestra vida presente sirviendo al reino, si nos consagramos a Cristo, obtendrá en el mundo futuro la Vida eterna.