Nadie quiere hablar por miedo. No quieren decir su nombre. Temen que los colombianos o los jamaiquinos tomen represalias.
Son prisioneros en su propia ciudad. “La solución no es mover la parada de La 400, sino quitar esta delincuencia”, comentó una cocinera que ve mermadas sus ganancias en la soda.
“No puede ser que le den gusto a esta gente cuando aquí hay personas honradas que se ganan la vida”, dijo.
No se cuenta
Muchas de las personas que viven o trabajan en las inmediaciones de “tierra dominicana”, situada en avenida 7, calles 4 y 2 en San José, aprendieron la ley del silencio.
“Aquí las cosas que se ven no se cuentan. Solo hay que cerrar la puerta y pedirle a Dios no ser víctima de una bala perdida”, comenta una ama de casa.
Cadenazos y carterazos le sirven a los adictos para comprar la droga.
“No se puede salir a ninguna hora. Aquí es peligroso de día y en la noche más”, comentó un hombre que se dedica a las ventas y prefiere el anonimato.
Miedo y silencio son los aliados de los delincuentes que tomaron esta tierra.
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