Edgar Fonseca
Blog: La Pura Verdad

Pudo darse una tragedia. Milagrosamente no ocurrió.

Los incidentes acaecidos en el estadio de Alajuela el domingo del “clásico”, son, una vez más, toda una campanada en cuanto a la seguridad en esos recintos y en eventos masivos en el país.

Una barra minoritaria, de perfil delincuencial, protegida al igual que ocurre en el Saprissa, aplasta y pone en vilo un evento que debería ser gancho masivo, de ejemplaridad deportiva, de convivencia social.

Ingresa con pólvora y explosivos y provoca un mare magnum.

Decenas de padres con sus hijos abandonan atemorizados las instalaciones.

Igualmente lo hacen espectadores de otros países atónitos ante la eventualidad de una emergencia mayor.

Vulneradas las más elementales normas de organización, de prevención y seguridad internas, previas, y en el momento de los sucesos.

Pese a que allí estaban autoridades del más alto rango, dos ministros y expertos en seguridad, no hubo la disposición de sofocar a aquel grupúsculo que, instalado en lo alto de la gradería norte, desató los desórdenes.

Al final, una jornada deportiva hundida en un ambiente tenso, al filo del caos, para nada una invitación a las familias, a los niños, a los jóvenes, a las mujeres, a volver.

Se hace necesario mayor rigor por parte de la dirigencia de los equipos. Se necesita frenar de una vez por todas los desmanes de estas pandillas que, amparadas a una insignia deportiva, hacen lo que les viene en gana. Y lo hacen con impunidad.

Ojalá que los incidentes de Alajuela sean la puntilla para que, antes de lamentar una tragedia, se acabe con estos grupos y su relación con las organizaciones y eventos deportivos.