Rodolfo Rodríguez L, colaborador
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El ejemplo de lo que no se debe hacer en un estadio reinó dentro y fuera del terreno de juego el pasado miércoles.

En resumen, lo peor que hemos visto en los últimos clásicos y de mucha vergüenza, en todas las formas como lo quieran observar.

En cuanto al juego, fue malo; amarrados los dos equipos y un marcador en blanco, que nunca gusta para el “espectáculo”.

Nada que decir de las expulsiones que recibieron los capitanes morados, símbolos que no se comportaron como tal, y con una Liga incapaz de darse cuenta de la oportunidad que se le presentaba, con su enemigo arrodillado en frente.

Esta impotencia rojinegra se vio reflejada al final del compromiso, cuando un integrante del cuerpo técnico manudo la emprendió a golpes contra las láminas acrílicas, que están en los nuevos banquillos del estadio florense.

Para continuar con el paupérrimo papel, que nos demostraron ambos equipos, tras las primera expulsión Camacho pasaba al frente del banco morado, donde el entrenador de porteros saprissista, Róger Mora, supuestamente lo insultó.

La historia no terminó ahí, luego de la segunda expulsión morada, de Wálter Centeno, se dejaron ver acciones no muy recomendadas de jugadores de fútbol, esos que son ejemplos para la juventud. El manudo Cristian Oviedo le arrebató el agua a Armando Alonso y se la hizo tirada a un costado de la cancha.

A poco de concluir el partido apareció el “show” del masajista morado Juan Gabriel Rodríguez, mismo que los manudos tacharon de charlatán, al ingresar con asistencia y perder tiempo dentro de la cancha.

Por último, pero no menos importante, del por qué se debe olvidar este clásico, no faltó la violencia en las gradas.

Es lamentable repetir y preguntarse: ¿qué gana nuestro fútbol al contar con estas barras bravas? Los hechos ocurridos fueron problemas entre la “Doce” y la fuerza pública; acto que en otro país sería severamente castigado, pero aquí no tanto, alejando a los buenos aficionados de los estadios.