Juan Diego Villarreal
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Le diremos “Miss Judo” porque no nos atrevimos a preguntar su nombre. Alrededor de 1,90 metros, y un peso de unas 225 libras, enfundada en los colores del uniforme de la selección de Venezuela, no dejaba de alentar a sus compatriotas en el Palacio de los Deportes en Aguada.

Sus gritos se podían escuchar por todo el gimnasio, más que las “vuvuzelas” que se han puesto de moda en Mayagüez, como herencia de Sudáfrica 2010 y que incluso en la alberca donde se realizan las competencias de natación piden silencio antes de iniciar las pruebas.

“Miss Judo” de verdad que intimidó a más de uno, no hablo de atletas o rivales, sino un par de colegas, de los cuales no voy a decir su nombre, pero que al mejor estilo de “Melquíades” el león, huyeron por la derecha para evitar enfrentarla en un mano a mano en la gradería.

Pero más allá de su imponente figura destaco la pasión con que “Miss Judo” alentó a sus atletas, eso sí con respeto al rival, pues nunca ofendió al adversario, pero si lo dio todo por los colores “vinotinto” de los venezolanos, que ganaron cuatro preseas de oro en el judo.

Y la escena se repite en todos los escenarios deportivos, donde siempre hay algún familiar, amigo o compañero de equipo, que grita hasta quedar afónico para apoyar a su nación.

Cada disciplina tiene su sabor, su colorido, su propio encanto y hasta su vestuario. Cada deporte tiene sus aficionados y así en cada uno de los eventos en las sedes de las justas hay una “Miss Judo” o un “Mr. Judo” que hace su propio “show”, con sus propias reglas y los que estamos de largo, nos divertimos y hasta los admiramos por su pasión por el deporte.