Domingo 7 de marzo de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñig, Presbítero
asaenz@liturgo.org

Damos otro paso en la Cuaresma. Hoy la palabra de Dios nos pide autenticidad y coherencia de vida. Yo lo resumo en un dicho de la lengua castellana: “Mal de muchos, consuelo de tontos”.

Y es que muchas veces tendemos a creer que, porque una cosa es practicada por mucha gente, es porque es normal y aceptable. Eso podría ser falso.

En una conversación entre Jesús y unos discípulos, ellos le comentan la matanza de galileos, hecha por Pilato, y sugieren que era gente mala. Jesús les asegura que la muerte violenta no es señal de más o menos pecados (unos insensatos predicadores no católicos vieron el terremoto en Haití como “castigo divino”. ¡Qué poco conocen a Dios!) Jesús asegura que las calamidades naturales o las provocadas por los hombres, no vienen por la cantidad de pecado. Debemos temer la verdadera muerte, la condenación, que nos viene como catástrofe final, no tanto por los pecados cometidos, sino por no haber cultivado capacidad para arrepentirnos de ellos. Si no hay remordimiento, hay muerte.

Jesús nos habla de una higuera que no da fruto y que el dueño de la finca pide al mandador que la corte para no malgastar la tierra. Pero el campesino pide al patrón un año más. Él seguirá abonándola más agresivamente. A lo mejor produzca frutos.

Eso pasa con nosotros. Aunque nuestros posibles frutos no nos van a salvar, porque la salvación es don gratuito de Dios, lo absolutamente indispensable es que el creyente pueda mostrar su “creer” siendo fieles al Evangelio, imitando a Cristo y siendo hermanos unos de otros, porque somos hijos de Dios en Cristo.

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