Rafael Pacheco Granados
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Parque Nacional Chirripó.- La aventura empezó a las 3:40 a.m., el pasado sábado 27 de febrero, desde base Crestones, previo a la carrera de campo traviesa a Chirripó. Por delante, había tres kilómetros de camino en un sendero empinado que concluye a 3.812 metros de altura.
Con el menor peso posible avanzamos con silenciosa determinación entre cañuelas. Me acompañaban los hermanos Armando y Óscar Flores, de Desamparados.
Los abrigos, guantes y bufandas ayudaban a enfrentar el frío. Aunque la acción misma de avanzar de frente y hacia arriba era lo que verdaderamente aplacaba las bajas temperaturas.
En el último tramo, la formación rocosa incrementó el dolor. Pero ya estábamos cerca. Unos pasos más y llegaríamos a la cima del Ventisqueros, el segundo pico más alto después del Chirripó.
Y de pronto, ¡sorpresa! Apareció el rótulo como un premio. ¡Había soñado tanto estar allí! Durante todo el camino, durante toda la noche, desde el día anterior…
Pero lo mejor estaba por venir. Poco a poco empezó a abrirse paso el nuevo día entre aquella inmensa oscuridad. Los contornos de montañas cercanas y lejanas se dejaron ver frente al cielo teñido de azul, púrpura y anaranjado.
Ahora todo era maravilloso. Para cualquier lado que se mirara había belleza. Era como estar en el cielo. En realidad era lo más cerca que se podía estar de él sin dejar de tocar el suelo.
Si no lo cree, dése una vueltita. Es muy duro, pero coincidirá conmigo en que valió la pena.
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