Presbítero
asaenz@liturgo.org.
La fe dice que el Señor volverá a continuar la tarea de conducir la Iglesia a los cielos nuevos y la tierra nueva.
El evangelio de Marcos nos llena de serenidad. Dice: “Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Jesús da plenitud a la realidad humana. Su primera venida fue en silencio, a destruir nuestro enemigo, pero no con estruendo, sino como un alfiler que perfora un globo de agua. Tomará tiempo pero terminará por vaciarse. Cristo inauguró con su primera venida la redención de la humanidad. Cuando regrese tomará posesión del reino, para someterlo al Padre.
Jesús vendrá a darnos descanso de la carga que nos doblega. Por ello preparémosle el camino, así vendrá más pronto. Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, fue el responsable de la tarea. Era un personaje fuera de serie: severo, hosco, huraño. Su ropa era muy austera: una piel de camello amarrada a la cintura. Su alimento miel y saltamontes. Y todos venían a él para ser bautizados para la conversión para seguir sus enseñanzas. Juan decía: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Los he bautizado con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
San Marcos pone base a todo. Empieza su discurso: la buena noticia de Jesús Mesías (lo que decía Juan en el Jordán). Pero agrega: el Hijo de Dios. Esa frase inicia su texto y lo cierra en la cruz del Calvario.
El Señor viene. Urge hacer las de Juan, ir a prepararle el camino. No es necesario un personaje vestido con extrañas ropas, sino que todos salgamos a las calles, hombres y mujeres, obreros o amas de casa, estudiantes o profesionales, niños o ancianos, a anunciar la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Preparemos el camino, allanemos los senderos. El modo de hacerlo es llamando al mundo a la conversión para el perdón de los pecados. Hagámoslo con alegría y esperanza.