Presbítero
asaenz@liturgo.org
Este domingo, aparece el tercer personaje del Adviento: nuestra Madre, la Virgen María. Junto a Isaías y a Juan Bautista, María es instrumento perfecto para la encarnación del Hijo de Dios.
Lucas nos propone el momento más dramático de la historia, el instante en que el cielo se unió con la tierra, lo humano y lo divino. “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”, dice el Ángel a la doncella. María se sorprende por lo de “llena de gracia”, cuyo sentido de momento no comprende.
Ella es la elegida. El Ángel ha venido hasta Nazaret a buscar una doncella ya desposada con un varón forastero, –José no es galileo, desciende de la casa del rey David –. Y también conoce el nombre de la muchacha: María.
La propuesta es concreta: ella ha sido elegida por Dios para dar a luz al Salvador del mundo. María pide le aclaren los hechos pues sigue siendo virgen. El Ángel le dice que no será una concepción corriente. El Espíritu Santo la cubrirá con su sombra y lo que nacerá de ella será el Hijo de Dios.
Satisfecha, María dice su frase legendaria: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La profecía se ha cumplido. Isaías ve cumplirse su frase: “la doncella concebirá y dará a luz un hijo”; David sabrá que por fin su Casa será perpetua. Pablo dice a los Romanos: Dios se cubrió de gloria al poner en marcha, en su Hijo, la salvación para toda la humanidad.
Navidad está a las puertas. Contemplaremos al Salvador del mundo nacer de la Virgen Madre en el humilde pesebre de Belén. El verbo se hace carne, Dios entra en la historia.
Que las fiestas nos hagan sensibles, para el cuidado de los más pobres. Que entendamos que Dios no nació en una carne especial sino que, asumió la carne de pecado para redimirnos en ella, purificarnos en ella y para qué nosotros en esta misma carne, vivamos esa salvación.
Que Dios nos llene de su gracia y que el ejemplo de la Virgen Madre nos enseñe a asumir en nuestras propias vidas la voluntad de Dios.