En medio de las luces verdes y rojas que iluminan hogares y portales, oficinas y calles, es un hecho que los días de fiesta vienen lastimosamente aderezados de dosis considerables de violencia intrafamiliar y en las vías y carreteras, inseguridad ciudadana y la tristeza del luto que accidentes e imprudencias dejan como regalos indeseables al pie del árbol.
La paz no es solo una palabra que se anota en las tarjetas navideñas como un deseo para propios y ajenos.
Es también el resultado de la prudencia al conducir, al celebrar, al consumir licor, al proteger a la familia del peligro y violencia.
Está muy bien ser sensibles a la caridad, preocuparse por los que menos tienen y compartir con los más alejados, pero el amor también se traduce en ese esfuerzo constante de ser mejores cada día y por lo tanto, de propiciar en el seno familiar mejores relaciones e pareja, con los hijos, con los abuelos.
Expuesto como está el ciudadano al hampa, a los sobreprecios, a la incertidumbre, un buen regalo esperable y merecido sería que quienes conducen los caminos del país, concedieran un buen paquete no de impuestos, sino de dignidad a todos los habitantes de Costa Rica.
Desgraciadamente, la agenda de los días festivos también se llena de páginas rojas, que llenan de tristeza a quien la padece y a quien las escribe o comunica, porque nadie se alegra de la mujer agredida como noticia de último hora, de la persona muerta en un atropello por un conductor ebrio, del individuo que murió tratando de defenderse o sin siquiera intentarlo porque fue sorprendido en un asalto o en un bajonazo.
Las calles, las plazas y las playas se llenan de niños, jóvenes y familias que con un poco más de tiempo libre, buscan regresar a casa con un buen recuerdo y no la carga de haber perdido a alguno de sus miembros en un descuido fatal.
En las fiestas de fin de año, las casas solas, la idea de acabarse los días en otros sitios, propicia una invitación tácita para que los amigos de lo ajeno hagan de las suyas.
Tomar previsiones y acciones al respecto, es parte de la luz que la Nochebuena debe dejar en cada hogar.
No se trata de sumar y restar cifras de un año a otro de muertos y desaparecidos. El tema es que cada uno cuenta y es imprescindible cuando de vivir se trata.
Vienen días de genuina alegría decembrina y por eso desde las páginas de este diario queremos desearle a la gran familia que ama el deporte, que también ame la vida, que ame la paz, que ame la responsabilidad, que ame la seguridad.
Ese será el mejor regalo y el más atinado pronóstico para el año que pronto comenzará.
Con que en cada hogar, la noche del 24 y el esperado 25, se sienten todos completos y contentos a compartir en la mesa lo mucho o lo poco, nos damos por satisfechos.
Es tiempo de celebrar y lo hemos esperado durante once largos meses.
Hagamos de este un buen cierre de año cuidando y protegiendo a los que más amamos.
Es un regalo invisible, pero el más importante en estos días que huelen a lana de portal y tienen sabor a tamal casero.
Y por eso, habrá que cantar el clásico villancico en plural: Noches de paz, noches amor para todas las personas de férrea y buena voluntad.