Con 12 días en Estados Unidos Joe ya extraña el arroz y los frijoles y pregunta por doquier dónde venden “latin food, latin food”. Siente que el cielo lo ha escuchado cuando encuentra ¡por fin! un restaurante de comida hondureña y mexicana, donde irónicamente terminaría pidiendo una sopa de mariscos.
Joe come de todo, pero se propone volver a Costa Rica con el récord de hacerlo en McDonald´s. Para ordenar comida no tiene problemas, domina muy bien el “espanglish” y se hace entender en cualquier parte, con quien sea y sobre cualquier tema.
Tiene chispa de tico. Es curioso y se fija en las placas de los carros: en cada Estado tienen un lema. “Land of Lincoln” (Tierra de Lincoln), dicen algunas de Illinois, el estado al que pertenece Chicago.
Joe está impresionado con la ciudad (¡quién no lo estaría!), de altos edificios, al estilo Nueva York, que se pierden allá arriba en la espesa neblina que ayer se les vino encima, amenazando. Hace frío, soplan brisas heladas y Joe no trajo abrigo, confiado en el verano estadounidense, a mitad del año. Después de los calores en Dallas y en Charlotte, rondando los 35 grados centígrados, ¡qué iba a imaginarse Joe temblando en la Copa Oro! Dicen que Chicago está a 19 grados, pero se siente como si fueran menos.
A Joe, en todo caso, se le olvida el frío, con esa ingenuidad, inocencia o capacidad para dejarse sorprender por pequeñas o grandes cosas. Entró a un baño, en el aeropuerto de Chicago, y salió fascinado con el inodoro, al que poco le falta hacer análisis de laboratorio, según dice. Exagera un poco tan solo porque además de “bajar” el agua con el sensor automático, sin necesidad de palanca, cadenas, ni botones, también desecha y cambia una cobertura plástica sobre el aro de sentarse.
No menos sorprendido se queda ante la velocidad del ascensor del hotel. En siete segundos sube hasta el piso 17, donde está la habitación nuestra y la de Joe, en el mismo hotel en el que se hospeda la Selección. Y aunque Joe supone que bajando es más rápido, no. Quizás sí en el mundo de Joe.