Ser padre no es tarea sencilla. Se atraviesan altos y bajos, escasez y abundancia, alegrías y sufrimientos. Algunos casos revelan que la intensidad del amor hacia un hijo puede superar cualquier adversidad e incluso las barreras de la muerte.
Tras el uniforme policial del fotógrafo Guillermo Solano existe una historia que aun le moja los ojos y le quiebra la voz cuando comienza a rebuscar recuerdos en su memoria.
La vida cambió de golpe, hace 11 años, para sus retoños Luis Guillermo, Carmen María y Christopher Solano.
Eran pequeños cuando enfrentaron la muerte de su madre.
“Del peso de mi hogar, mi esposa llevaba casi todo”, comentó.
Su trabajo en la Fuerza Pública le exigía muchas horas fuera de casa, por lo que antes de fallecer, era su esposa quien velaba por el cuidado de los niños.
“Ella se sometía mucho a los hijos; entonces yo tenía que ser igual. Fue muy difícil para mí (al principio) lavar la ropa, cocinar, llegar a mi casa más temprano y llenar el vacío que dejó”.
La cocina no fue un problema, pero aprender a lavar fue un asunto de prueba y error. Ahora este entusiasta papá habla de cómo lograr que la ropa mantenga su blancura tras las lavadas.
Según cuenta, el proceso de adaptación fue lento y doloroso, pero la unión familiar logró que todos salieran adelante.
“Yo lloraba mucho. Un día mi hija me habló y me dijo que yo era la parte fuerte de mi casa y que si yo era débil, ellos iban a ser débiles. Ella me enseñó eso”, afirmó.
Solano no se considera padre y madre a la vez, pues está consciente de que no podrá llenar el vacío de su esposa, pero se define como un “papá con responsabilidades adicionales”.
El paso de los años lo llevó a enfrentar algunos desafíos, como el acercarse a su hija para hablarle de sexualidad.
Se reconoce como un padre estricto que por tener tanto contacto con casos de drogas inculcó en sus hijos valores que los lleven a ser “ciudadanos excelentes”.
“Tenía que seguir el legado que dejó mi esposa; no podía tirarlo por la borda”, comentó con el orgullo de saber que cumplió uno de las principales sueños de su matrimonio: verlos graduarse.
Hoy el menor de sus hijos tiene 13 años y el mayor lo convirtió el miércoles en abuelo.
“En mi intimidad siempre estoy rogándole a Dios que cubra a mis hijos y que los proteja, tal como lo hacía mi esposa”, aseguró.
Lazos más allá de lo biológico
Otro ejemplo de lo lejos que puede llegar el amor hacia un niño es el de Luis Gerardo Mairena, travesti que se encargó de la crianza de un bebé de apenas tres meses cuya madre dejó en sus manos.
“No sé cómo llegó, no sé cómo. Solo Dios, que quería darme la oportunidad de sacar a un niño adelante, de rescatarlo de la muerte”, dijo con una sonrisa.
El retoño, hoy de 17 años, padecía de una debilidad cerebral que lo hacía convulsionar y que amenazaba con dejarlo en estado vegetal de un momento a otro.
“Es lo peor que me ha pasado en la vida; no se lo deseo a nadie”, manifestó Mairena.
Aunque él no contó con una figura paterna y admitió que no estaba preparado para hacerse cargo del niño, fue un profundo amor lo que lo llevó a luchar por esa “personita indefensa”.
Ser padre, madre y amigo de este menor –pues así ambos lo consideran – les ocasionó problemas durante el proceso de adopción con el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) y Mairena fue enjuiciado por secuestro.
“Topé con personas retrógradas que preferían verlo muerto antes de que una persona como yo le diera amor”, explicó.
La época de la adolescencia trajo consigo constantes burlas y humillaciones para el menor.
“Le dije que eso era un reto que nos esperaba juntos y que siempre iba a tener en mí una mano amiga que lo iba a apoyar”.
“No cambiaría nada. Lo único que le pido a Dios es que me dé salud para verlo grande, preparado, todo un profesional, una persona productiva para la sociedad. Verlo casado y con hijos”, sostiene este cariñoso padre adoptivo.
Compasión paternal
En noviembre del 2009, la tragedia tocó a la puerta de la familia Castro Naranjo.
Orlando Andrés, de dos años y medio, jugaba cerca de una paila de chicharrones; mientras su padre, Orlando Castro, cocinaba.
De un instante a otro, el pequeño estaba en el fondo de la olla con manteca caliente, lo que le provocó quemaduras en la mitad del cuerpo.
Luego de ver que el menor no se recuperaba, los médicos le dieron dos días de vida.
“Yo le dije a Dios: ‘vengo a entregarle a mi bebecito, usted me lo regaló pero ¿cómo me lo va a quitar? Si tiene que quitármelo, que sea su voluntad, pero yo quisiera que me lo devolviera”, suplicó Castro.
Un día después, el médico propuso hacerle un injerto de piel al niño. De inmediato, al padre le realizaron los exámenes y resultó compatible.
El día de Navidad, a las 6 a.m., Castro entró al quirófano para donar la piel de sus muslos.
Pese al dolor que este hombre describió, días después hizo una donación más: esta vez, de las rodillas hacia abajo.
Un mes después, salió del hospital y fue a ver a su hijo, quien ya estaba en recuperación.
“Siendo padre, uno da la vida por un niño. Hace hasta lo imposible, no se piensa dos veces”, afirma con convicción.
“En este momento lo estoy viendo jugar. Él se me guinda y me abraza con gran amor. Veo a mi bebé recuperado. Dios me dio una oportunidad más con él; me lo devolvió a la vida porque ya estaba muerto”, dijo don Orlando, desde su casa, en Palmares.
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