Hoy cerramos el ciclo del Pan de Vida con una pregunta: ¿creemos?¿Aceptamos la propuesta?¿Confiamos en Jesús? Es cierto que el Señor ha dicho cosas fuertes, como que su cuerpo debe ser comido y su sangre bebida. La verdad, si no confío en Dios ni reconozco a Cristo, es evidente que los argumentos me resultarán inaceptables.
Jesús ha llevado sus discípulos hasta el borde. Casi sin darles oportunidad de reponerse los presiona a optar, y purificará con su palabra a quienes quieran seguirlo, sobre todo porque en el inmediato futuro les tocará ver y aceptar cosas más fuertes: su pasión y su regreso al Padre.
Con todo esto se da un primer desmoronamiento del grupo. Jesús quiere cerca solo a quienes puedan aceptar su misión y acoger su palabra. Solo mediante esta purificación podrán mantenerse junto a Jesús y establecer con el una verdadera relación. Él sabe que algunos lo han buscado con superficialidad.
Jesús, debe hacer aterrizar en la verdad. Y al proclamar que sus palabras son espíritu y vida, tiene en su mente un pensamiento: si se van, tendrá que empezar de vuelta; si se quedan, podrá fortalecerlos, llevarlos a la plenitud, madurarlos para el reino.
Y les pregunta con sencillez: “¿También ustedes quieren irse?”. Es riesgoso, pero se necesita la opción fundamental. Contemplemos alegres la reacción sincera del que es cabeza de los apóstoles, Simón Pedro, que responde colectivamente: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. Y llamándolo “el Santo de Dios”, da luces de que empieza a
comprender, al menos en líneas generales, el plan de salvación que Jesús trae y ante el cual todo lo demás pierde valor.
Pedro cree y se quedará, y aunque muchos abandonen a Jesús, él y sus compañeros seguirán la verdad que han conocido en su encuentro personal con Cristo.