Álvaro Sáenz Zúñiga

La Pascua sigue enriqueciéndonos con los tesoros del mensaje de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados, pero resucitó para darnos vida eterna.

En este VI domingo, Jesús propone una especie de cadena de amor de enorme profundidad. Hablando con los apóstoles en la cena, les revela la esencia de su amor por nosotros. Les dice que su amor sólo es comparable con el que él recibe del Padre. Cristo nos ama con el poderoso amor que se vive al interno de la Santísima Trinidad.

Sorprende que a partir de esta declaración Jesús nos ruegue permanecer en su amor. Es claro que el Hijo de Dios aprendió que somos frágiles y flojos.

Él nos indica el método para hacerlo: “cumplan mis mandamientos”. Evidentemente Jesús no está hablando de la Antigua Ley. Él habla de su nueva ley del amor, de fidelidad al reino de los cielos y que nos exige una total entrega.

Jesús insiste en aquella ley que empieza pidiéndonos amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y el ser; y luego amar al prójimo como a nosotros mismos. Esa es su nueva norma, su mandamiento, “ámense los unos a los otros”.

Pero no se trata de cualquier amor. Jesús dice que debemos amarnos como él nos amó cuando ya sabemos que él murió por nosotros, por amor. Así, la nueva ley nos pide dar la vida por el otro. Por ello el Señor dice: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.

Quiero señalar una frase de este pasaje de San Juan que reafirma el amor de Dios. Jesús nos garantiza: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes”.

El Señor resella esa elección al pedirnos vivir el amor, recordándonos que estamos destinados a dar fruto, un fruto duradero. Ese fruto es simplemente vivir fielmente el amor, y eso se logra simplemente amando. Jesús manda a sus discípulos que se amen los unos a los otros”.