Franklin Arroyo González
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Yadira Calderón va al Centro de Alhajas del Banco Popular en San José, en busca de efectivo parar iniciar su propio negocio de bisutería.
No necesitó fiador y tampoco realizar los trámites convencionales para obtener el financiamiento que necesitaba.
Ella llevó oro, plata y algunas joyas para conseguir el préstamo.
“Sólo mi esposo trabaja. Yo quiero poner mi propio negocio y necesito la inversión inicial. Ahora cuesta mucho salir adelante”, expresó la joven.
Calderón prefiere los créditos del Centro de Pignoración, porque son rápidos y la tasa de interés (2,83 por ciento) es más favorable que en otras alternativas de financiamiento.
En ese centro, ubicado en barrio Tournón, en San José, quedarán sus joyas un tiempo, mientras ella establece su negocio.
Al lugar llegan desde políticos que buscan financiar un traje para un brindis, hasta el jornalero más humilde que necesita arroz, frijoles y leche para su familia.
De todo pasa por este aquí, detalló Shirley Barboza, coordinadora del Proceso de Crédito sobre Alhajas.
Entre la clientela hay cantantes, futbolistas, amas de casa, ejecutivos y hasta joyeros, quienes buscan buenos precios para revender en sus negocios. Es una excelente forma de financiar algo rápido.
“Tengo que hacer un gasto personal y aquí me dan el dinero de inmediato. Sé que tendré ingresos en pocos días y lo puedo recuperar”, explicó Carlos Huertas, de San José.
De afuera
Hasta extranjeros se dan la vuelta por el centro de alhajas, quizás por fama o por ser uno de los dos lugares con estas garantías desde México hasta Costa Rica, informó Barboza.
“Creo que sólo esos existen en América Latina. Ellos vienen a ver cómo es el funcionamiento o a utilizar el servicio”, añadió .
Visitar el lugar también es una excelente oportunidad para comprar oro de buena calidad y a precios inferiores al 50 por ciento.
Allí sorprendimos a una dama, maravillada con una gargantilla valorada en $10 mil aproximadamente, pero que allí cuesta ¢2.765.500.
“Lleva quince días en exhibición, pero antes de dos meses ya no estará aquí”, añadió.
A remate
En el centro se recuperan, en promedio, unas 180 operaciones por mes, que saldrán a remate una vez que transcurran dos meses de vencimiento porque los dueños no pudieron recuperar sus joyas.
“La idea del banco no es quitárselas. Nosotros llamamos al cliente y le explicamos que se le acaba el tiempo y le preguntamos si necesita unos meses más. Si no vienen es porque no pueden sacarla, pero son 180 de 600 operaciones”.
Sin embargo, muchos le dan vuelta al oro, sacan utilidad con préstamos fáciles y constantes, antes de tenerlo guardado en la casa y expuesto a robos, afirma José Miguel Barzuna.
“También es una forma de salir de apuros. Uno aquí deja algo en garantía y luego lo recupera”, expresó.
Carmen Rodríguez saca beneficio. “Es mejor que el banco: dan más tiempo y sin tanto papeleo”.
A buen precio
El Centro de Pignoración tiene a la venta joyas que no pudieron ser recuperadas por sus dueños.
Se pueden conseguir a precios cómodos, hasta 50 por ciento menos que en las joyerías convencionales.
También se pueden financiar. El cliente paga la diferencia entre el precio y el precio financiado (que es menor) y la joya queda empeñada.
Es como un apartado. Luego el cliente, tendrá, al menos, seis meses para cancelar la joya escogida, a un valor muy cómodo.
El Centro de Pignoración cumple 40 años de estar bajo la administración del Banco Popular, según la ley constitutiva de esa entidad.
Antes de eso se llamaba Centro Nacional de Piedad y se ubicaba detrás de lo que hoy es el edificio de los bomberos en San José. Fue constituido por la Asamblea Legislativa en 1901.
En un principio, se admitían prendas, electrodomésticos y cualquier otro artículo. Por un asunto de espacio, ahora quedó sólo para joyas.
Una de las anécdotas que guarda el Centro de Pignoración, relata cuando un sacerdote no recuperó los ornamentos del altar. “Los sacamos a remate, pero era como un sacrilegio. Había un cáliz y otras cosas de pura plata. Había tanto respeto, que a la gente le daba miedo pujar por ellas. Al final, se lo llevó una familia que se lo compró a un sobrino que se ordenaría sacerdote”, dijo Juan Carlos Chacón, uno de los empleados.
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