Pido la palabra

¿Jugamos de algo?

Es un fenómeno casi generalizado: antes del 25, los güilillas sacan los juguetes con los que han jugado todo el año o toda la vida, y los usan hasta el cansancio.

A lo mejor es una forma de resolver su diminuto remordimiento por jugar con los nuevos que están por recibir...

Hace apenas dos días, andaba el abollado velocípedo dando sus últimas carreras en la acera, y la muñeca tuerta hizo poderíos para parecer bonita.

Hace escasas horas, hubo un brillo extraño en los ojos de esos cómplices anónimos de Santa que somos los tatas. Viendo a nuestros chicos restregándose los ojos tras el obligado sueño para esperar al Niño Dios, se asoman nuestras propias infancias.

Entonces nos hacen berrinche nuestros queridos jugueticos de lata, de palo, de tela, que nos saludan con un pañuelo desde el inmenso país de la memoria: "¿Te acordás, hermano, de las infinitas horas que pasamos jugando en la paz a ganar todas las guerras?".

La calle era solo el escenario para representar argumentos fabulosos con desenlaces insólitos.

Lo increíble es que existe un maravilloso puente invisible donde, con solo una pregunta, ya no somos papás y tampoco somos hijos, solo algarabías prestas a olvidar relojes y adulteces.

Es esa pregunta que podemos hacer a nuestros hijos desde hoy y hasta siempre: ¿Jugamos de algo?