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Hoy como en 1897 La joya del “Pequeño París” A sus 110 años, el Teatro Nacional es un recuerdo de la grandeza del pasado de San José Manuel Angulo Ruizmangulo@aldia.co.cr Colaboró Alejandro Arley Entre edificios, tiendas de ropa, farmacias, restaurantes de comida rápida y miles de costarricenses que recorren a diario el centro de San José, reposa majestuoso, imponente y elegante, el Teatro Nacional. Entrar allí es como ingresar a un templo. Se respira un aire distinto, con ese olor a historia, es un sitio de paz y reposo, tan cerca de la vida mundana que acontece a su alrededor, y tan lejos del bullicio de la ciudad capital. A sus 110 años de edad, esa joya de nuestra arquitectura tiene, como muchos otros centenarios ticos, uno que otro problemita de salud. La humedad y el comején lo afectan, le lavan los colores a sus imponentes pinturas y le rasgan, poco a poco, la madera de sus puertas y ventanas.
Aún así, sigue siendo un palacio, un museo vivo que respira. Hogar de la música, del drama y de las danzas escénicas. Es un viaje en el tiempo que nos lleva de vuelta a finales del siglo XIX, cuando San José era poco más que un poblado de unos 20.000 habitantes, y donde el cultivo y comercio del café convertían a este país, de pobre colonia, a floreciente exportador. En sus inicios, el teatro fue máximo exponente de las distinciones entre clases sociales en esa naciente sociedad josefina. Los ricos tenían acceso por los lujosos vestíbulos laminados de oro, con mármol y primorosos frescos de origen italiano. Los pobres entraban a las galerías por la calle, sin lujos ni elegancia, para ocupar sus butacas, que además, ofrecían menor visibilidad. Con el tiempo, el teatro se fue democratizando y su público y artistas fueron haciéndose cada vez más diversos. Personalidades de todo tipo lo han visitado. Desde los mejores cantantes iberoamericanos hasta los más poderosos líderes extranjeros. Por ahí han pasado Serrat, Perales, José Feliciano y Paloma San Basilio, así como Kennedy, Reagan, Clinton y Bush. Cuando uno entra al vestíbulo y alza la vista al cielo, observa la imagen icónica del billete de cinco colones, con su color, su vida y ese orgullo que nos da haber nacido en este país. Es mágico transitar por esos pasillos que han visto pasar, en más de un siglo, a ticos y extranjeros de todo tipo, figuras que marcaron la historia moderna, y también artistas anónimos. Impactante vista Sobre la escena principal, de cara a más de mil butacas vacías, la experiencia es sobrecogedora. Con cerrar los ojos uno imagina esas mismas luces, esa majestuosidad, esos detalles de lujo y primor en cada rincón y esas mismas butacas llenas de gente: hombres, mujeres y niños vistiendo sus mejores galas, en silencio, en espera de que comience el espectáculo, para vivir, durante algunas horas, en un mundo de magia, de arte y fantasía. Nos vamos a 1897, cuando se inaugura el teatro, un esfuerzo hercúleo de parte de la población costarricense para costear una obra millonaria, inaudita para aquellos tiempos. Un siglo y 10 años más tarde, los descendientes de aquellos humildes labradores, pero visionarios, disfrutamos con admiración de su legado.
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