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Desde mi espejo Limosneros profesionales Haydée de Lev, actrizredaccion@aldia.co.cr Sabemos (y nos duele y avergüenza) que cada día más habitantes de nuestro país viven en extrema pobreza. La escasez de trabajo empuja a hombres, mujeres y niños a la mendicidad para sobrevivir. Sin embargo, no sabemos a ciencia cierta si la persona a quien damos una limosna lo hace por real necesidad o porque, económicamente, le resulta más rentable que tener un empleo. Entre mis recuerdos de infancia, figura el de un hombre a quien le faltaban ambas piernas y vendía lápices en la entrada de una estación del subterráneo hasta las seis de la tarde, cuando pasaban a recogerlo en un automóvil de lujo. Dentro del vehículo, se calzaba las piernas postizas, se cambiaba el vestuario y partía con su chofer a controlar las seis salas de baile que poseía. El “pobrecito inválido” era millonario y vendía lápices. Yo no puedo entenderlo; se supone que quienes piden limosna lo hacen por extrema necesidad, y cuando pueden superar esa situación es porque han conseguido un trabajo que les permite dejar de pedir. Pues no. Y sé de personas con discapacidades reales o ficticias que poseen modernos carros y casas de alquiler, compradas con su “trabajo”, pero siguen pidiendo limosna. Afortunadamente, no son la mayoría, pero ¿cómo saber si es un mendigo por necesidad o alguien que abusa de nuestra generosidad? |
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