Domingo 13 de abril de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Domingo IV de Pascua, Domingo del Buen Pastor
Yo soy la puerta del rebaño
  • AlDia.co.cr
    Si nosotros seguimos a Jesús, Él nos guiará. Internet

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
redaccion@aldia.co.cr

El cuarto domingo de la Pascua ha sido tradicionalmente día del Buen Pastor. Celebramos al Señor Resucitado, Pastor de las ovejas; festejamos al benefactor de las ovejas, le agradecemos haber entregado su vida por nosotros, habernos librado de la muerte con su muerte. Él va delante de nosotros, es “el Camino, la Verdad y la Vida”.

Hoy, día del Buen Pastor, el texto que la liturgia nos propone tiene dos ideas concretas. En primer lugar la legitimidad del Pastor. Jesús declara puntualmente que el Pastor debe seguirle a Él. Si usa otros criterios y propuestas resultará un impostor.

Para que el pastoreo sea genuino es indispensable que el pastor viva la íntima comunión con Cristo y reproduzca al buen Pastor.

El segundo aspecto es la urgencia de que haya un profundo conocimiento entre el Pastor y las ovejas, un conocimiento recíproco.

Sabemos que Cristo conoce a sus ovejas. La Palabra lo atestigua en aquella frase de Juan: “Él llama a cada una por su nombre y las hace salir”.

Pero no basta con que Cristo nos conozca. Debemos reforzar nuestra intimidad con Él. Solo si le conocemos de verdad podremos seguirle, nos podrá guiar y nosotros, confiados y serenos, caminaremos tras él. Pero aún no le conocemos.

Hoy, cuando urgimos a los pequeños a no acercarse a desconocidos, si no les hablamos de Cristo, ni les invitamos a ser sus amigos, ¿cómo podrán conocerlo? Urge que anunciemos al Señor.

Seguimos a alguien cuando le conocemos, cuando nos intriga o lo intuimos. Apostemos por la familiaridad y el conocimiento.

Sepamos que Cristo nos ama y nos salva. Aprendamos a seguirle y enseñémoslo a los niños. Jesús guía el rebaño, identifiquemos su voz. El evangelio asegura: “Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”.

Jesús, finalmente, dice: “Yo soy la puerta”. La condición es exclusiva y excluyente: “El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento”. Y concluye con una frase que nos conmueve porque redefine el camino de la humanidad. Jesús dice que ha venido “para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.

Busquemos una total intimidad con Jesús. No pretendamos vivir la fe sin esa indispensable amistad. El Señor nos conoce, pero está pendiente que le conozcamos, le aceptemos, intimemos con él.

Vivir en Cristo es lo esencial, conocerle y amarle, atender a su llamada, abrirle la puerta para que entre y nos dé su consuelo. Que podamos entrar y salir por él, madurar en su nombre y ser en todo sus siervos. Solo así aprenderemos a vivir humanamente.

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