Domingo 14 de diciembre de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Tercer domingo de Adviento
Yo no soy el Mesías
  • AlDia.cr
    Juan venía como testigo de la luz, para ser instrumento y que por medio de él, todos creyesen. Internet.

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
redaccion@aldia.co.cr

El Adviento renueva su fuerza hoy cuando la liturgia nos vuelve a traer la figura de Juan el Bautista, proponiéndonos este texto de San Juan. Se trata de un segmento del prólogo con el inicio del cuerpo de ese Evangelio. El pasaje insiste en el precursor, figura radicalmente unida a Jesucristo. Juan es el que nos permite entender que con Jesús llegaban los días del Mesías.

En este III domingo del precioso tiempo de la espera, la Iglesia, que se viste de tonos rosados, nos llama a alegrarnos con una alegría que brota de la certeza de que Dios consuela a su pueblo, que el Mesías trae la buena noticia a los pobres, proclama el año de gracia, el perdón del Señor. Ahora bien, si nosotros queremos recibir a Cristo debemos prepararle el camino.

“Apareció un hombre enviado por dios que se llamó Juan”, dice el texto. Así se inician las cosas. Juan venía como testigo de la luz, para ser instrumento y que por medio de él todos creyesen. Él declara abiertamente que no es la luz, pero trabaja para comunicar la luz, una luz que había recibido. Por ello debemos pensar cuan necesario es que aprendamos de esta vocación tan específica, cuan urgente caminar por esa senda.

Dios rechaza las cosas mágicas, ampulosas o evidentes. Las considera irrespetuosas. Por ello no quiere aparecer en la nube o arrasar a la humanidad con gesticulaciones ni arrebatos. Dios quiere que haya mediación humana, es decir, que seamos los creyentes los que asumamos el anuncio de la salvación, que en un contacto personalizado y apacible comuniquemos la Buena Noticia. No nos quiere profetas de calamidades sino testigos de la luz. Ciertamente hay ocasiones en que la luz hiere, porque pone al descubierto nuestra incapacidad de amar, de perdonar, de vivir la comunión. Además, el testigo, el misionero, debe evitar llenarse de vanidad porque él no es la luz, sino el testigo de la luz. Es como la Luna que refleja al Sol, y con esa luz, que no le es propia, ayuda a romper el dolor de la tiniebla.

Ser testigos de la luz, en esto consiste la vocación más deliciosa, más satisfactoria. Pero, ¿quién puede transmitir la luz si antes no la ha recibido? Por ello la primera tarea del creyente es afirmar su fe, consolidar su experiencia de Cristo, en lo personal y en la comunidad creyente, formar el cuerpo de la Iglesia, vivir el encuentro personal con el Señor, en la experiencia comunitaria. Es la primera tarea, la primera etapa de la misión. Iluminados podremos compartir la luz que nos llena.

Todo esto significa “preparen el camino al Señor, allanen sus senderos”. Pero la primera piedra que debo pulverizar para esta construcción es la dureza de mi propio corazón.

Por ello, alégrense en el Señor, sí, alégrense y prepárenle un camino.

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