Pido la palabra

Consumidor consumido

Al consumidor costarricense deben incluirlo en el libro de la paciencia.

Gracias a nuestra forma de ser –evitamos el enfrentamiento y damos paso a “los nublados del día”–, muchos comerciantes se hacen millonarios más rápido que los zares de la tecnología.

Como se acerca la Semana Santa, reconocerá los pormenores de este vía crucis comercial del cliente, quien “nunca” tiene la razón. Veamos.

¿Le ha salido un pelo en la comida y se queja al mesero? Este acude y mira para comprobar que no sea su cabeza la que está en otoño.

Hace mala cara (¡como si fuera su culpa!) y, a regañadientes, ofrece cambiar el plato y regalar un café. Pero, al presentar la cuenta, el precio del plato a veces aparece, sonriente, con una imaginaria ironía: no es mi culpa ser asquerosa.

¿Y la tortura con los electrodomésticos? Cuando se abre la caja, como con Pandora, se destapan todas las regadas de bilis que existen de Venus a Plutón.

El aparato no funciona y al devolverlo al vendedor, este, con cara de náusea, dice: vamos a revisarlo, pero duramos 22 días.

¡Zas! Piensa rápido el cerebro: hay que gastar más tiempo, gasolina y parqueo. En fin, retornan el artefacto y sigue con problemas.

En Estados Unidos, donde el consumidor sí goza de derechos, lo cambian por uno nuevo de una vez; acá hay que visitar el establecimiento y llevar el acta de defunción de la mercancía.

¿Poner una denuncia en la oficina respectiva? Jajá… cómprese otro. Se dura menos en ir a África a pie que en obtener una resolución.