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Segundo domingo de Pascua Día de la luz y día del Señor Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbíteroredaccion@aldia.co.cr Este domingo, día del Señor, recibimos muchas luces desde la liturgia, luces que brotan como del cirio pascual, luces que llenan de sentido y riqueza nuestra fe y nuestra vida cristiana. Son escenas sucedidas el primer día de la semana, domingo, día de la luz y día del Señor, encuentros con el Resucitado, de enormes repercusiones. Jesús ha vencido la muerte. A esa conclusión habían llegado los apóstoles aquella mañana, al no hallar el cuerpo en el sepulcro. Las vendas y el sudario dejados atrás les permitieron comprender lo que el Maestro había anunciado con anterioridad. Pero a él no lo vieron. La primera aparición es ese mismo día, el primero de la semana, pero por la tarde. Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, Jesús se presentó y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. La misteriosa presencia viene sin aspavientos, es simple, pero desborda la fuerza de Dios. Para los apóstoles la riqueza de ese primer encuentro es formidable: logran ver al Resucitado que les concede el don de la paz. Viendo sus manos, sus pies y su costado constatan que su Señor ha surgido victorioso del abismo y la alegría desborda sus corazones. Pero van más allá. De inmediato aprenden que su Señor, vencedor del pecado, les otorga el administrar esa victoria. Infunde sobre ellos, que estaban atolondrados y atormentados, el don de su Espíritu que les fortalece con la misericordia. El Espíritu los restituye a la sensatez, los establece como Iglesia, los hace confiar en la obra salvífica y los prepara para dar testimonio. Como testigos de la resurrección deben transmitir esa buena noticia. Empezarán por Tomás, el hermano que estaba ausente. Pero Tomás no les cree. Error grave el suyo. No logra percibir que aquellos ya no están aterrorizados, que la cobardía ha desaparecido, que el Señor los ha constituido como Iglesia. Y Tomás, pues, no le cree a esa Iglesia naciente. Más aún, pide pruebas casi grotescas. Quiere meter sus dedos en las heridas, su puño en el costado desgarrado. A los ocho días, domingo de nuevo, vuelve Jesús. Trae de nuevo el don de la paz, pero también un reproche para Tomás: “No seas incrédulo, sino hombre de fe”. El apóstol reacciona con suma rapidez y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!”. Pero Jesús le subraya su imperfección, ya que ahora cree porque ha visto y, maravilla, alaba a los que vendríamos: “¡Felices los que creen sin haber visto!” Creer para alcanzar la vida eterna, tal es la premisa de este domingo maravilloso para la vida del cristiano. Hoy confirmamos la resurrección, hoy se nos estimula a consagrar el domingo como día del Señor resucitado, creyendo sin límites y amando sin límites. |
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