Mauricio Astorga, actor
Desde el D.F.
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La semana pasada les comentaba sobre la amplia oferta de “chunches” para el transporte público en la Ciudad de México. Desde los más “pípiris” a los más “furris”.

Además de la combi o el pesero, también existe el “trolebús”, una especie de “bus con antenitas” que van conectadas a un tendido de cables eléctricos que le dan energía.

También existe el Metro-Bus que deberíamos tener en San José. Son una especie de buses de doble cuerpo, que viajan en línea recta cruzando de norte a sur y de este a oeste, cuentan con estaciones fijas (tipo andenes de tren) y viajan en carril exclusivo.

Finalmente está mi favorito, El Metro, o tren subterráneo. Metro como el de México no hay, sobre todo si es en “hora pico”. La dinámica es interesante: En 30 segundos, 50 personas deberán entrar por la misma puerta por donde otras 50 personas quieren salir. El resultado es un sálvese quien pueda de espanto.

Una vez en el interior el espectáculo es fascinante. Usted se encontrará con el más pintoresco menú de vendedores y artistas de la calle que se pueda imaginar. En cada estación varían las ofertas. Un “fakir” que se acuesta sobre vidrios o se traspasa con un punzón, un cantante que asegura ser la encarnación de Elvis e interpreta sus temas vestido como el original, un travesti vestido de monja cantando “a quien le importa”. Todo por la amable contribución del respetable. Los aplausos no interesan.