Jorge Arroyo
Escritor

En la época de la vida sana, a muchos costarricenses no les importa su salud física. Sorprende que, presumiendo de educados, tengamos tan malos hábitos alimentarios.

Lo denuncian los casos de enfermedades cardíacas, los padecimientos por colesterol y triglicéridos y las muertes súbitas por descuidos vasculares.

El cuerpo es una máquina que precisa de excelente combustible; sin embargo, nuestra población se maleduca desde tempranas edades. Es increíble que en las escuelas y los colegios todavía haya ventas que embuten a los estudiantes tajadas de grasosísima pizza, empanadas que chorrean manteca y frituras surtidas.

Y luego de la aceitosa atipada, los niños y niñas practican el sedentarismo que completa el cuadro del desgaste.

¡Ni hablar de los corretes públicos, ni de las sodas institucionales, ni de los negocios de comida chatarra, sin opciones saludables, y encima caros!

Algunos sectores estatales han impulsado iniciativas para cambiar este modelo de insana y vulgar gastronomía, pero, como en todo, la caridad empieza por casa. Es en nuestras casas donde debemos procurarnos platillos higiénicos y buenos para el cuerpo y el alma.

Aunque el consumismo dicte lo contrario, lo único que en realidad poseemos y por lo que somos responsables, es nuestra salud, y no cuesta tanto cuidarla.

Nos hacemos un bien, y se lo hacemos al país, que gasta millonadas en tratar de salvar a los irresponsables que llenan los hospitales por no haber sabido llenar la panza.