Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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La parábola que nos presenta el evangelio de hoy nos desconcierta. Vemos a nuestro Dios muy débil, excesivamente paciente, casi incapaz de una acción drástica ante la injusticia y el abuso de los seres humanos, hoy simbolizados por los arrendatarios de su finca.
De nuevo viene el tema de la viña. Es la tercera semana en que San Mateo nos compara el reino de los cielos con una plantación de uvas. La viña es como un cafetal. Quizá los cafetaleros podrían decirnos más fácilmente del cariño y abnegación que el dueño de una finca siente por su plantío. Hoy mismo oímos primero de los inmensos cuidados de aquel propietario por el desarrollo y equipamiento de su campo. Y nos desconcierta: quien tanto amaba a su viña la arrienda, la pone en manos de gente desconocida.
Lo que sigue es inaceptable para un empresario moderno. Ni siquiera un finquero de la época del Señor lo entendería. Al parecer los viñadores, ávidos y ambiciosos, planean quedarse con la tierra. Desconcierta ver cómo aquellos insolentes responden a los intentos de cobro del porcentaje de cosecha que el dueño pide como pago del arriendo. Sus mensajeros reciben palizas, golpes, insultos o incluso los matan.
Pero el asombro nos consume cuando el dueño de la finca, que con sus reacciones algo torpes y lentas parece no captar bien lo que está pasando, llega al colmo y, como gran remedio, les envía a su hijo, porque supone que se lo respetarán.
Qué doloroso oír a aquellos malvados decir: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia” y como, sacándolo fuera de la viña, igual que los judíos harían con Jesús, le quitan la vida.
En esta parábola de la viña posiblemente se nos está hablando del pueblo elegido y de su rechazo del reino de los cielos. Dios les dio todo lo que les podía dar y ellos, no sólo atacaron a los profetas, los apedrearon e injuriaron, terminaron matando al mismísimo Hijo de Dios. El dueño por fin hace justicia: castiga a los infames.
Pero el texto de nuevo nos impresiona, porque el dueño busca nuevos interesados: quiere volver a arrendar la viña. La paciencia de Dios es realmente indomable. Está convencido de que los humanos somos capaces de enderezar nuestros caminos, sigue confiando en nosotros y creyendo que algún día seremos responsables y que le daremos cuentas claras y justas.
Aunque un día terminará todo y Dios pagará a cada cual lo que le corresponde, de momento démosle gracias por seguir creyendo en nosotros, por confiar en que un día aprenderemos a gobernar el mundo y someterlo, y esforcémonos ardorosamente en responder a su confianza, construyendo su reino en esta tierra.
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